Ya no estamos en el paraíso pero aún así hemos pasado un gran día.
Por la mañana estaba un poco decepcionado, porque cuando salí de la cámper quería buscar a Mark para saludarle y sobre todo para ver si podía pillar algo de comida, pero ya no estaba. Había salido súper temprano. Nosotros no teníamos tanta prisa para salir y nos quedamos en aquel sitio casi hasta mediodía. Luego tocó un buen tramo en coche. Paramos para hacer compras en un pueblo llamado Doǧanyurt, y un poco pasado aquél pueblo bajamos a una playita para comer y descansar. Era un sitio súper bonito: una cala al final de un cañón muy verde. Había otra furgoneta, de una familia turca de Estambul, y después de la comida nos invitaron a tomar té con ellos. Eran muy majos. El padre, Salih, hablaba algo de inglés. Estaba con su esposa, una mujer encantadora aunque solo hablaba turco, y su hijo con su novia. También tienen perro, un golden retriever muy guapo, que cada vez se metía en el agua del arroyo y luego duchaba a toda la familia escurriéndose al lado de la mesa, jejeje! Bueno, tomar un té en Turquía resulta ser cuestión de horas. Sobre las 5 la familia se despidió porque tenía que volver a la ciudad. Pero antes de irse querían ver la cámper, hacer unas fotos de familia y nos regalaron un poco de miel buenísima.
Nosotros descansamos un rato más y luego también salimos porque todavía quedaba mucho camino. Después de una hora llegamos aquí, en un pequeño puerto pesquero del pueblo Ginolu. Aparcamos en la misma orilla del puerto y antes de acomodarnos en la cámper hicimos un paseo por el muelle para ver la puesta del sol. Hay bastante gente y, como siempre, muchos perros callejeros. Son un poco pesados pero también vigilan nuestra cámper porque se acostaron justo aquí al lado. Por lo demás es un sitio muy tranquilo. Supongo que el karaoke del bar al otro lado de la bahía terminará pronto. ¡Qué mal cantan los turcos, jajaja!
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