Day 28

Troutbeck - Mockerkin

El día de las piedras viejas, los pueblos mojados y el viento menos cabrón

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🌀 Círculo de Piedras de Castlerigg 🐾 en medio del viento y la historia ☁️⛰️
Bajando desde Surprise View 🚗💨 por carreteras estrechas como mi rabo 🐶🌿
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Después de la paliza épica de ayer, esta noche nos merecíamos un descanso de los buenos. Pues no. Viento. Lluvia. Y más viento. Y otra vez lluvia. La cámper se meneaba como si estuviésemos surfeando en medio del mar de Irlanda. Yo con la oreja tapada por el cojín, papi Edu enroscado como un caracol. Dormir, lo que se dice dormir... poco. Y encima con agujetas en las cuatro patas (y en las dos de papi).

Salimos sobre las 10, con los ánimos algo desinflados y el cielo como una mopa usada. Pero venga, que somos aventureros. Conducimos apenas un cuarto de hora hasta llegar a Castlerigg Stone Circle. ¿Qué es eso? Pues un círculo de piedras prehistóricas, más viejo que el hambre, situado en una colinita con vistas espectaculares al valle. Dicen que tiene más de 4.000 años, y aunque no esté tan famoso como Stonehenge, es bastante impresionante... o lo sería si no nos empezara a chispear justo cuando bajamos del coche. Aun así, vimos parte del círculo bajo un cielo gris que parecía enfadado con el mundo.

Luego seguimos en coche hasta Keswick, que suena a estornudo pero es un pueblo bastante simpático. Aparcamos en el centro por 3,70 libras y salimos a dar una vuelta. El ambiente era animado a pesar de la lluvia intermitente. Eso sí, parecía que cada segunda tienda vendía botas, mochilas, chaquetas impermeables y cosas de esas. Todo de montaña. Aquí si no llevas Gore-Tex te miran raro. Paseamos un rato mirando escaparates, sin comprar nada, que con lo que ha llovido ya tenemos bastante líquido en la cartera.

Como no había mucho más que ver (ni ganas teníamos de mojar más el rabo), decidimos subir por una carretera tan estrecha que el coche tuvo que meter barriga. En serio, pasamos un puente que nos dejó los retrovisores con estrés postraumático. Pero la vista al final merece la pena: Surprise View. Es un mirador colgado sobre el valle, con un paisaje brutal hacia Derwentwater. El nombre no engaña, sorprende de verdad. El aparcamiento era de pago, pero solo con monedas. Y claro, nosotros, con nuestra modernidad y sin ni una miserable moneda. Así que papi Edu saltó fuera, hizo un par de fotos rápido y nos largamos antes de que alguien nos echara con un paraguas en la mano.

Seguimos hacia el oeste, unos 35 kilómetros por carreteras que serpenteaban como lombrices nerviosas. Justo antes del sitio donde vamos a dormir, pasamos por un aparcamiento que habíamos visto en Park4Night. Tenía buenas vistas —un pequeño lago, vacas, colinas y todo ese rollo bucólico— pero estaba en pendiente y demasiado abierto. En cambio, el parking donde estamos ahora es más discreto, rodeado de vegetación a ambos lados, sin vistas pero también sin que nos vea nadie. Está más lejos de la carretera y eso se agradece.

Ahí comimos dentro de la cámper, que después de tanto meneo ya se había ganado nuestro cariño otra vez.

La tarde fue de relax. Yo eché una siestita como sólo un perro agotado puede hacer, y papi Edu sacó las herramientas. Quería montar bien uno de los cierres del techo de la célula, que estaba flojo. También instaló una lucecita que parpadea dentro de la célula cada vez que cierra el coche con el mando. Ahora por lo menos sabemos si está bien cerrado o no, que antes parecía un misterio esotérico.

El viento sigue, pero ya no con esa rabia que tenía anoche. Esta noche, si los dioses del clima lo permiten, toca por fin dormir como un tronco. Y a ver si mañana las nubes se enteran de que ya está bien.

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