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Corrige la puntuación de esta historia, escribe los números en texto y escribe las horas de forma natural. No cambies nada más y deja una coma después del día de la semana en el título: . Day 67:. Wick. Por la mañana, papi Edu se convirtió en electricista improvisado. Las luces del coche seguían haciendo cosas raras, así que se pasó horas metido con la cabeza debajo del capó, moviendo cables, revisando fusibles y soltando palabritas técnicas como “masa”, “relé” y otras que mejor no repito. Probó todo lo que pudo, desconectó aquí, ajustó allá, y al final hizo lo que se hace con todo aparato rebelde: quitarle una pieza al azar. En este caso, quitó la bombilla trasera derecha… y ¡voilà!, todo volvió a funcionar como si nada. Entonces volvió a poner la misma bombilla y... seguía funcionando. Así que no sabemos qué pasó, pero lo dimos por solucionado. Misterios eléctricos versión escocesa. Después del taller improvisado, nos merecíamos un paseíto, así que nos fuimos por los acantilados hacia el Wick Castle, o lo que queda de él. Porque castillo, castillo... ya no es. Lo que queda es una torre medio rota sobre un risco dramático, con el mar chocando abajo y un viento que te despeina hasta las ideas. Pero, oye, tiene su encanto. Y las vistas son tan alucinantes que te olvidas de que el camino pasa a un metro del abismo. Yo fui con mi correa puesta, no fuera a dar un salto de emoción y acabar saludando a las gaviotas desde abajo. Al volver al parking, había un coche al lado con dos señores mayores mirando nuestra cámper como si fuera una nave espacial. Me miraron a mí también, claro, porque no se puede competir con mi carisma. Resulta que eran de Israel, muy simpáticos, rondando los 70 cada uno, uno arriba, otro abajo. Charlaron un buen rato con papi Edu, y antes de irse, le invitaron a cenar con ellos. Yo, sinceramente, pensé que eso ya no se hacía... ¡pero sí! Quedaron en vernos por la tarde en un pueblo cercano, a unos 15 minutos en coche. A las siete nos fuimos para allá, y aunque yo me quedé en la camper (porque, claro, los restaurantes aún no están preparados para mi nivel de elegancia), me dejaron mi pelota y un par de chuches, así que bien. Mientras tanto, papi Edu cenó con los señores y lo pasó estupendamente. Comió algo típico escocés que se llama "mince and tatties", que no es otra cosa que carne picada con salsa marrón y un buen pegote de puré de patatas. Muy rico, sí, pero un poco pesado si luego tienes que conducir entre ovejas en la penumbra. Sobre las diez ya volvíamos al acantilado, pero esta vez nuestro sitio premium ya estaba ocupado. No pasa nada, encontramos otro sitio con vistas y sin vecinos demasiado pegados. Y antes de recogernos, como cada noche, salimos a dar un paseíto breve por el campo. Yo hice pipí y popó con luna llena y brisa salada. ¿Qué más se puede pedir? Dormimos aquí otra vez, con mar de fondo, faro lejano y un coche que ya no parpadea sin motivo.