El lugar donde hicimos nuestra base resultó ser la envidia de cualquier chuchito. Primero, estábamos en la playa, en la costa del Mar Negro. ¡Sí, amigos! Arena, agua, ¡y ni un cubo ni una pala a la vista! Aunque no soy el tipo de perro al que le guste mojarse o nadar, sé que muchos de vosotros sois amantes de los chapuzones.
Tras la rutina matinal nos montamos en el cacharro de mi papi y pusimos rumbo a la ciudad de Trabzon. Antes de llegar al centro nos hicimos una paradita en una mezquita un tanto peculiar, que parecía mezcla de mezquita e iglesia ortodoxa. ¡La cosa se llama Santa Sofía, ojo al dato! Había un montón de humanos por allí, y la explicación es sencilla - merece la pena verla. Era una monada, con perdón de la expresión.
Y ahí es cuando notamos que todas las tiendas estaban cerradas. Ni mi papi ni mi tito ni yo entendíamos bien por qué, pero ya sabéis que no somos de los que se echan atrás ante un misterio. Después de la visita a la Santa Sofía nos aventuramos al centro de Trabzon. Aparcamos el coche y emprendimos una expedición por la ciudad.
La ciudad estaba más tranquila que un gato en una perrera, lo cual tenía sus ventajas. Nos permitía disfrutar de las vistas sin agobios. Vimos mezquitas de lujo, casas al estilo de cuando el abuelo era un cachorro, y otros edificios de lo más interesantes.
Después de que mi papi y mi títo Joan llenaron la panza en un restaurante fuimios a la plaza central. El sol apretaba más que una pulga en busca de refugio, así que no pude resistir la tentación de refrescarme un poco. ¿Cómo lo hice? Mi papi me echó un empujoncito, y allá fui, zambulléndome en la fuente. ¡Fue refrescante como un helado en pleno verano! Aunque no estoy seguro de que mi papi estuviera tan emocionado como yo.
Pasamos unas cuantas horas husmeando la ciudad antes de subirnos al coche y seguir con nuestra odisea. En esta ocasión, mi títo tomó las riendas del volante, ya que mi papi estaba más cansado que un cartero en Navidad. Nuestra meta era el monasterio de Sumela, pero cuando llegamos al aparcamiento, nos encontramos con un atasco de coches y gente que parecía un cuento de nunca acabar. Resulta que en Turquía están celebrando una festividad, la fiesta del cordero, y eso explica el mogollón.
Pero, como buenos aventureros, no nos dimos por vencidos. En nuestro 4 por 4 decidimos subir por una carretera que parecía más un camino de cabras en el parque nacional de Altindere. Fue toda una aventura canina. En la montaña encontramos un lugar estupendo para pasar la noche, como un mirador. Se suponía que desde allí podíamos ver el monasterio de Sumela, pero la niebla se cebó con nosotros y nos dejó con las ganas. ¡Vaya faena!
La buena noticia es que no había un alma en kilómetros a la redonda, así que estamos teniendo una noche de lo más tranquila. Cruzamos las patitas para que mañana la niebla se tome un descanso y podamos disfrutar de una vista espectacular del monasterio.
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