Nuestro día comenzó al pie del majestuoso castillo de Kale, donde habíamos pasado la noche en la cámper. Por la mañana decidimos hacer una subida a lo "modo canino" hacia el castillo. ¡Hombre, no era una cuesta canina, pero me las arreglé! El castillo era un espectáculo visual. Sus vistas eran tan impactantes que hasta los pájaros se quedarían boquiabiertos. Bueno, si los pájaros tuvieran boca, claro.
Una vez de vuelta a la cámper reanudamos nuestra marcha, y aquí viene el gran protagonista: el dichoso coche. Ya sabéis que no es mi medio de transporte favorito, pero lo soporto con estilo.
Nuestra próxima parada fue el pueblo de Arpali, donde nos llamó la atención un puente con un restaurante que parecía prometedor. Papi y Tito Joan decidieron darse un homenaje culinario mientras yo me quedé en la cámper, lamentablemente, sin probar ese manjar delicioso que describían. El restaurante destacaba por su suelo de cristal que permitía ver el río fluyendo debajo de las mesas. ¡Imaginad lo que habría disfrutado mirando desde allí abajo!
Y hablando de vistas peculiares, en el parque al lado del aparcamiento del coche nos sorprendió encontrar vacas paseando a sus anchas. Sí, vacas en un parque. Esa es la magia de viajar, ¿verdad? Nunca sabes qué te vas a encontrar.
Continuamos nuestro viaje en el coche, y esta vez nos aventuramos por carreteras secundarias y terciarias hacia una zona montañosa al norte de Aydintepe, con la intención de encontrar un lago misterioso. Pero la madre naturaleza nos jugó una mala pasada y apenas pudimos vislumbrarlo entre la niebla. ¡Ese lago debe de ser más escurridizo que un gato en la bañera!
Nuestra última parada fue la ciudad de Bayburt, donde planeábamos pasar la noche en el parque municipal. El lugar está lleno de familias turcas que disfrutan de picnics y barbacoas, y, por lo que pude oler la comida está de chuparse las patas. Pero era temprano todavía y antes de acurrucarnos para dormir dimos un paseo. La ciudad estaba más cuidada que mi pelo después de un baño. Había una mezquita nueva, un canal y un parque a su lado. Además notamos muchos bloques de apartamentos nuevos que aún estaban tan vacíos como el tazón de comida de un gato en la casa de un perro.
En nuestro regreso al parque Papi y Tito Joan decidieron comprar pan, y aquí llega la parte más dramática: se encontraron con una cola en la panadería que parecía más larga que la lista de trucos que puedo hacer. Esperaron pacientemente, pero solo porque sabían que me estaban torturando con ese aroma a pan recién horneado que llenaba el aire. Al final regresamos a nuestro rincón tranquilo en el parque para descansar y pasar la noche.
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