Hoy os cuento sobre nuestra odisea por una de las carreteras más peligrosas del planeta: ¡el Abano Pass!
La mañana no pudo empezar de manera más alocada. Anoche, os dije que en domingo las máquinas pesadas no nos darían guerra, ¡pero las excavadoras son como adolescentes rebeldes y no escuchan! A las 7 de la mañana, rugieron y se movieron con impaciencia, tratando de abrirse paso justo donde habíamos aparcado. Mi papi, ese aventurero humano, se dio cuenta de que era hora de ponerse en marcha hacia el infame Abano Pass.
Pero no os preocupéis, porque mi papi es un conductor valiente y experimentado. ¡No hay carretera peligrosa que le haga batirse en retirada! Así que, sin pensarlo dos veces, nos lanzamos a esta locura.
Antes de embarcarnos en esta misión suicida, hicimos una parada para llenar nuestros estómagos en un rincón pintoresco cerca del adorable pueblo de Lechuri. Las siestas se convirtieron en microsiestas porque el Abano Pass nos esperaba con sus brazos retorcidos y llenos de baches. ¡Treinta kilómetros hacia el cielo y otros treinta hacia el infierno, y ni un centímetro de asfalto! A veces, sentía que mi vida peluda estaba al borde de un precipicio, ¡pero qué emoción! Solo los coches 4x4 podían enfrentarse a esta bestia, y afortunadamente, tenemos uno de esos.
¡La adrenalina corría por mis venas, amigos y amigas! Las curvas eran más sinuosas que una serpiente bailando la conga, las subidas más empinadas que una montaña rusa, y las bajadas... bueno, las bajadas eran un juego de quién le tiene menos miedo al abismo. Pero mi papi, con sus nervios de acero, manejó como un auténtico campeón y nos llevó a través de esa locura de carretera.
Cuando finalmente emergimos al otro lado del puerto, nos encontramos con un panorama de ensueño. Montañas verdes que se perdían en el horizonte, un cielo que se ponía sus mejores galas para la noche. Llegamos al pueblo de Omalo, el rey de la región de Tusheti, justo cuando la noche comenzaba a extender su manto.
Ahora, Omalo puede ser pequeñito, ¡pero eso no nos importa! Tusheti es una tierra de montañas majestuosas en Georgia, y la belleza natural es el verdadero tesoro que venimos a descubrir.
Mi papi, siempre dispuesto a encontrar un rincón mágico, nos instaló en lo alto de una colina con vistas que te hacían sentir como el rey del mundo. Y, mientras nos preparamos para el descanso, yo no puede evitar pensar en la increíble montaña rusa que fue este día.
Súper bonito