Hoy nos hemos despedido de mi tito Joan, que ha vuelto a Barcelona. Pero sigo mis aventuras con mi papi Edu.
Vaya noche movidita que tuvimos en ese antiguo aeropuerto. Los camiones decidieron hacer una fiesta de ruido justo al lado de nuestro campamento. ¡Parecía que estaban compitiendo por ver quién hacía más ruido! Yo, que no soy muy fan del ruido, me pasé buena parte de la noche gruñendo y moviéndome incómodo en mi camita. Pero bueno, no todo podía ser perfecto, ¿verdad?
Por la mañana, el sol nos saludó con toda su fuerza y decidimos que era hora de buscar un lugar con sombra. ¡No quiero terminar como un perrito asado! Así que, después de desayunar (por cierto, odioso pienso de nuevo), nos subimos al coche en busca de un oasis de frescura.
Y lo encontramos. Bajo la sombra de esos altos árboles, el calor no nos podía hacer ni cosquillas. Ahí pasamos las horas, disfrutando de la tranquilidad y observando a las vacas haciendo de las suyas.
Luego llegó la hora de despedirnos de tito Joan, quien volvía a Barcelona en avión. ¡Qué envidia me dio! Volando te evitas esos largos viajes en coche que tanto detesto. Pero bueno, lo acompañamos al aeropuerto de Kutaisi y le deseamos un vuelo sin turbulencias y con muchas bolsitas de cacahuetes.
Después de la despedida, Papi Edu y yo nos subimos al coche y pusimos rumbo a Batumi. Es una ciudad costera en Georgia, ese país tan interesante que hemos estado explorando durante semanas. Tiene un encanto peculiar, con edificios modernos y, por supuesto, ¡mucho mar!
El camino fue variado, pasamos de carreteras rurales a autovías en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y aquí llegó la sorpresa! Al final de la tarde, llegamos a la playa, a unos 20 kilómetros de Batumi. Había cámpers por doquier y personas lanzándose al mar como si no hubiera un mañana. Y yo, que odio mojarme, observaba todo con una pizca de envidia y otro poco de escepticismo.
Sin embargo, el tiempo decidió jugar una mala pasada. La lluvia se desató de repente y enérgicamente, como si las nubes hubieran estado esperando el momento perfecto para empaparnos. Pero, ¡no temáis! Encontramos un lugar resguardado entre los árboles con vistas al mar y a la ciudad de Batumi.
Así que aquí estamos, disfrutando de una tarde lluviosa pero con una vista espectacular. Y lo mejor de todo es que tengo a Papi Edu para abrazar cuando el trueno ruge. ¿Qué más se puede pedir?
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