La moraleja de hoy es: a veces, la vida es como un coche en movimiento, pero si sigues adelante, siempre hay una playa esperándote al final.

La mañana comenzó como todas las demás, conmigo mirando a mi papi con ojos de "¡Hombre, ¿otra vez en coche?!". Pero bueno, no se puede tener todo en la vida, ¿verdad? Así que nos subimos a nuestra cámper y partimos a lo que llamamos "el desfile de ruedas". Hicimos más de 200 kilómetros en coche! Como ya sabéis, no soy fanático de los viajes en coche. Los ruidos del motor y las curvas en la carretera no son exactamente mi idea de diversión, pero al menos las carreteras eran buenas, ¡gracias a Dios por eso!

Paramos en un pequeño pueblo a lo largo del camino, y aquí viene la parte donde mi papi y mi títo Javi se convierten en crueles comedores de humanos. En un restaurante auténtico, decidieron deleitarse con manjares mientras yo me quedé en la cámper. Debo admitir, es un lugar bastante cómodo para tomar una siesta reparadora. Y siempre tengo una reserva secreta de golosinas y snacks escondidos en mi rincón secreto de la cámper. Así que mientras ellos llenaban sus estómagos, yo disfrutaba de mis bocadillos gourmet para perros. ¡No todo está perdido!

Después de esta pequeña parada gastronómica, continuamos nuestro viaje. ¡Pero hoy el viaje tenía un giro emocionante! Llegamos a la playa, ¡sí, la playa! Mi lugar favorito en el mundo, aunque no soy un gran fanático del agua. Pero puedo correr como un demente, hacer hoyos profundos en la arena y cavar tesoros inexistentes. No puedo evitarlo, ¡la playa me vuelve loco!
Mi papi y Tito Javi armaron el campamento cerca de la playa, y yo aquí, como un rey canino supervisando todo el asunto. Al final del día, entre el susurro del mar y mis siestas al sol, me di cuenta de que, aunque el coche sea una locura y no entienda por qué no puedo entrar a los restaurantes, estar en la playa es como encontrar un hueso gigante enterrado en la arena.