Hoy os traigo la crónica perruna del segundo día en Estambul. Bueno, para mí no fue precisamente emocionante porque Papi Edu y tito Javi decidieron lanzarse a explorar lugares donde no se permite la entrada de peludos como yo, así que me tocó quedarme en la cámper y practicar mis habilidades de telepatía para conseguir un poco de kebap.
Cuando los aventureros regresaron, sobre las 6 de la tarde, efectivamente traían un delicioso kebap de pollo, pero la triste noticia es que no hubo un platito para mi. ¡Ni una miga!
Mis dos héroes me contaron sus peripecias del día, y debo admitir que son unos maestros de la exploración. En primer lugar, se aventuraron a abordar un tranvía que estaba más lleno que la despensa de un perro el día de los Reyes Magos¡Y yo pensando que las multitudes eran solo para los gatos!
El tranvía les llevó a Sultanahmet, donde encontraron una cola kilométrica para visitar la Cisterna Basílica. Pero estos dos cerebritos evitaron la espera comprando las entradas en línea. ¡Listos como el perro de las pruebas de inteligencia!¿
Se adentraron en la Cisterna Basílica que es como un lugar secreto bajo tierra donde antiguamente guardaban agua. Imaginaos un jacuzzi gigante para humanos, ¡pero sin agua caliente!
Según me contaron, quedaron más flipados que un gato con zapatillas nuevas. Parece ser un sitio lleno de columnas y agua, lo que en términos humanos equivale a "muy chulo".
Luego pusieron rumbo al Palacio de Topkapi, otro lugar famoso en Estambul. Les costó un pellizco, ¡950 liras por barba! Eso es como pedir un préstamo para comprar una pelota de tenis. Eso sí, esas entradas incluían el acceso al harén. El harén era como la residencia oficial de las esposas y las "novias especiales" del sultán. ¡Menudo lugar de ligoteo!
Parece que se pasaron unas cuantas horas husmeando por el harén mientras afuera comenzó a llover a cántaros. ¡Y por si fuera poco, aprovecharon para llenar la panza en la cafetería. Buena elección!
Luego se aventuraron por otras partes del palacio, pero no llegaron a verlo todo porque, como diría un perro agotado, ¡eso es grande de narices!
De regreso al área de autocaravanas, esta vez a lomos del tranvía y a patita limpia, compraron dicho kebab. ¡Y sí, amigos, me quedé sin mi ración de carne de pollo a la brasa! Pero bueno, al menos me trajeron algunas anécdotas jugosas.
Por la noche, nos dimos un paseo cortito por el barrio de Aksaray (donde está el área de autocaravanas).
Desgraciadamente es la última noche que tito Javi está con nosotros porque mañana se despide y vuelve a su hogar en Valencia. ¡Echaré de menos sus caricias y las sobras de comida!
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