Día 187

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Hoy ha sido una auténtica locura. Todo comenzó bien y tranquilo, pero hubo un giro brutal a la mitad de nuestra ruta.

La mañana empezó con nuestro ritual de siempre, la rutina matutina de papi Edu y tito Joan. Vamos, esa parte en la que intentan abrir los ojos y recordar cómo hacer funcionar una cafetera. A mí me encanta dormitar un poquito más, pero bueno, soy comprensivo, ¡todos necesitamos nuestro tiempo para poner en marcha los motores! Al menos estabamos en un sitio que estaba más chulo que una moto. ¡Se justificaron esos minutos de sueño robados!

Salimos de eso a las doce de mediodía. Como el estómago ya aprietaba hicimos una parada estratégica en el centro de Kalampaka para comprar unos kebabs. ¿Adivinad quién se quedó con las ganas de saborear uno? ¡Exacto, yo. ¿Cuándo inventarán kebabs para viajeros caninos como yo? Es un nicho de mercado que se están perdiendo, de verdad.

Aparcamos al lado de la carretera, justo debajo de los monasterios de Baraam y Gran Meteora. Ahí, en medio de la naturaleza, casi me olvidé de mi hambre canina! Pero no, no se me olvido, ¡y menos cuando el menú es solo aire!

Luego subimos por un sendero cercano. Tras casi una hora de subida llegamos al monasterio Baraam. Y después fuimos al monasterio Gran Meteora, donde había más gente que en una tienda de chu-ches en el Día del Perro. Pero hoy, papi y Tito Joan decidieron que no entraríamos en ningún monasterio. ¡Más tiempo para mí, menos tiempo para nuestras rodillas!

Bajamos por otro camino, volvimos al coche y nos pusimos en marcha con rumbo a una playa paradisíaca en la península Pelión. Pero aquí viene el giro argumental. Primero... la carretera estaba cortada debido a una inundación monumental y tuvimos que buscar otra ruta. Luego un navegador dijo que la ruta a la playa tenía casi cien kilómetros, mientras que el otro indicó cuarenta. ¡Pues claro, cogimos la corta, que sería la más rápida!

Resulta que el GPS decidió llevarnos a explorar un bosque bastante tenebroso. La verdad, desde el principio, yo ya tenía mis dudas. No soy muy fanático de los viajes en coche, como ya sabéis, y menos aún cuando se trata de adentrarse en lugares desconocidos. Pero como siempre, me dejé llevar por su entusiasmo y me quedé en mi sitio detrás del asiento del copiloto, cruzando los dedos: las patas en mi caso - para que todo fuera bien.

El camino se volvió cada vez más estrecho y sinuoso. Las ramas de los árboles parecían querer abrazar al coche, como si el bosque mismo intentara devorarnos. No me gusta admitirlo, pero me encontraba bastante asustado.En un atajo que parecía más un sendero de cabras que una carretera comenzó la verdadera aventura.

En la bajada, nos encontramos con una zanja en la carretera. Ahí fue cuando papi y Tito Joan se convirtieron en magos de las piedras y comenzaron a llenar el agujero como si estuvieran jugando a un juego de construcción gigante, todo esto con la luz de una linternita. Después de media hora de esfuerzo pudimos continuar, pero poco después, ¡otro agujero nos hizo un truco de magia! Otra vez, llenar el agujero con piedras.

El coche avanzaba con dificultad por ese camino lleno de baches y piedras sueltas y yo estaba temblando en mi sitio. Justo cuando pensé que no podía ponerse peor, el coche se inclinó peligrosamente hacia un lado. Miré por la ventana y casi me dio un infarto de perro cuando vi un agujero gigante al borde del camino. El coche estaba al borde de hacer el truco del trapecista y caer en el agujero. ¡Fue como si estuviéramos en una película de acción de Hollywood! Con el cabrestante intentaron sacar el coche de ese lío, mientras yo observaba todo por la ventana que casi se había convertido en el suelo de mi asiento. Finalmente, el coche se alejó del borde del abismo. Estábamos a salvo, al menos por el momento. Mi corazón seguía latiendo a mil por hora, y me pregunté si no sería mejor volver a casa y tomar una siesta reparadora. Aunque tenía los ojos abiertos como platos, tratando de mantenerme lo más lejos posible de la ventana. ¿Qué puedo decir? Soy un perro valiente, pero no estoy hecho para estas emociones fuertes.

Luego, nos salió otro obstáculo - una zanja que resultó imposible de cruzar. Un metro y medio de profundidad y casi dos metros de ancho. Quedó claro - tuvimos que dar la vuelta.

La vuelta tampoco fue un paseo por el parque, amigos míos. ¡otro uso del cabrestante!. Tras horas de conducir por la noche, evitando atropellar jabalíes cruzando el camino, finalmente llegamos a un sitio de picnic al lado de la carretera. Ahí sí- que estábamos más en la civilización, con cobertura móvil y todo. Así que decidimos que era un buen lugar para pasar la noche.

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