Hoy me siento bastante mejor, después de pasar la noche en un área de picnic solitaria. Lo chulo era que no encontramos a nadie más. Aunque, para ser sinceros, no era precisamente el Alfonso XIII en términos de belleza. Pero la tranquilidad lo compensaba. Eso sí, después de pasar tanto tiempo en la cama, por la noche necesitaba estirar las patas y me levanté un par de veces para ir al baño y dar un paseo. Mi papi tenía que ser mi guardaespaldas, no vaya a ser que me tope con unos perros callejeros. ¡Qué miedo me dan!
Pasamos la mañana en plan zen, y al mediodía hicimos una excursión en coche que parecía más un paseo de ovejas que un viaje largo. Menos de 35 kilómetros después, ¡boom!, llegamos a la alucinante ciudad de Nafplio. Aparcamos en un puerto donde ya había una especie de caravana de cámpers, como una fiesta de rodantes en pleno auge. Mi papi se dio un banquete con la comida que había preparado antes, y yo, envidioso, mirando su plato como si fuera el tesoro de un pirata.
Luego mi papi hizo un movimiento audaz. Sacó unas enormes tijeras de la cocina y eso me asustó un montón. Pero me puso el bozal y ya no podía protestar. Y antes de que me diera cuenta, me quitó la venda de la patita delantera. Debo admitir que al final no me dolió nada. Así que ¡adiós venda, hola patita al aire libre! Un paso más hacia la recuperación.
Después de ese momento emocionante decidimos adentrarnos en la ciudad. Las calles eran tan iguales que parecía que estábamos en un juego de laberintos para perros. Luego subimos para ver (por fuera) uno de los muchos castillos, llamado Acronauplia. Hay muchos otros castillos por allí pero decidimos que ya habíamos tenido suficiente "historia". Desde la colina vimos un islote en la bahía que también tenía un castillo. ¡Castillos por todas partes! Esto parece un juego de "encuentra el castillo".
Luego nos aventuramos por un sendero costero. La costa era tan empinada que no había ni rastro de una playa. Solo había bosques y acantilados. Caminamos un rato, disfrutando del aire fresco y de vistas que hacían que te diera vértigo. Después de unos kilómetros dimos la vuelta, pasamos nueva-mente por el centro de Nafplio y regresamos al aparcamiento.
Al volver nos encontramos con vecinos austriacos en su cámper. Tienen buen gusto, porque decían que les encanta nuestra casa con ruedas. ¡Y quién puede culparlos, si es asombrosa! Mi papi y los vecinos charlaron un rato mientras yo me relajaba. Después de tanta caminata estoy bastante cansado, pero puedo decir que me siento un poco mejor. Ahora, ¡hora de descansar!
Añadir nuevo comentario