¡Guauuuu, qué día más completo hemos tenido, amigos! Empezó todo con una noche de sueño perruno de calidad suprema. Nadie vino a interrumpir mis sueños de huesos gigantes ni las siestas de mi papi. Por la mañana, dimos un paseíto por el parque donde habíamos aparcado. Yo aproveché para supervisar el territorio (ya sabéis, marcar aquí y allá) mientras papi estiraba las piernas.
Sobre mediodía, arrancamos nuestra fiel camper y, tras unos cuantos kilómetros, paramos en un mini centro comercial que tenía una lavandería. ¡Menos mal, porque el papi ya estaba al borde de tener que ponerse la camiseta al revés! Aprovechamos para lavar todo: ropa, fundas de cojines, ropa de cama… Vamos, un spa textil completo. Mientras las lavadoras y los secadores curraban, nosotros nos dimos un homenaje en el aparcamiento. Un lugar pequeñito pero muy tranquilo. Yo me eché una buena siesta al sol mientras papi comía. ¡Quién diría que lavar ropa puede ser tan relajante!
Luego seguimos nuestra ruta, y ahí llegó el gran momentazo del día: ¡la puesta de sol en una playa perruna cerca de Montpellier! Amigos, aquello era el paraíso. Arena suave bajo mis patas, un olorcillo a salitre que me ponía la nariz loca y un montón de compis peludos para jugar. ¡Lo pasé en grande correteando como un loco! Si hubiese llevado mi pelota nueva, ya habría sido la bomba.
Cuando se fue el sol, volvimos a nuestra misión habitual: encontrar un buen sitio para dormir. Pero, como siempre pasa en la costa de Francia, la cosa se complica. Aunque este país es superamable con las autocaravanas, en la costa parece que tienen miedo de que nos escapemos con sus playas. ¡Todo está bloqueado con barreras de dos metros! Y claro, nuestra camper no pasa ni soñando. A veces hay aparcamientos gratis, pero solo para coches pequeños, y las campers tienen que pagar. ¿Qué clase de discriminación es esa?
Finalmente, papi tomó una sabia decisión: nos alejamos de la costa y nos metimos hacia el interior, cerca de Béziers. Allí encontramos un sitio supertranquilo. Llegamos de noche, así que no vimos mucho, pero se oye un poquito la carretera de fondo. Nada grave, porque estamos solos, sin restricciones y ¡gratis! Si esto no es el cielo camper, yo no sé qué será.
Ahora, con mi pancita llena y mis patas descansadas, estoy listo para otro día de aventuras. ¿Qué será lo próximo? ¡Seguid atentos, porque seguro que hay más momentos de ladridos épicos!
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