Day 20

Barendrecht

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¡Empezamos el día con emoción veterinaria! Por la mañana, me suben a la cámper solo con Papi Edu y Tito Antonio. A ver, cuando no vienen ni Britte ni la Wilma, eso nunca es buen augurio. Pero como no íbamos muy lejos, pensé: “será un paseo corto para oler esquinas nuevas”. Pues no. Veterinario.

Tranquilos, que no me pasa nada. Ni cojeo, ni toso, ni tengo bultos sospechosos. Esta visita era solo para tomar la famosa pastilla antiparasitaria obligatoria para entrar en el Reino Unido. Resulta que para subir al ferry (¡sí, vamos en ferry! ¡Woooooof!), los humanos ingleses quieren estar seguros de que no llevo un zoo de tenias en el intestino. Así que te dan esta súper pastilla, que sabe a demonio, pero te abre las puertas de Su Graciosa Majestad (aunque creo que ahora es Su Gracioso Majestuoso).

El veterinario me la dio directamente, sin preguntar ni nada. Plas, pa’dentro. Lo apuntó todo en mi pasaporte, que ya parece un libro de aventuras. Por suerte, menos caro que el año pasado en Dinamarca, donde nos cobraron 67 eurazos. Esta vez “solo” 47. Si sigo coleccionando sellos así, me dan la nacionalidad europea canina.

Después del traguito infernal, vuelta a casa. Papi Edu se puso en modo lavandería y puso una lavadora. ¿Y quién vigiló la colada como si fuera un paquete sospechoso? Yo, claro. Uno nunca sabe cuándo puede escaparse un calcetín traidor. Como el cielo estaba en modo diluvio deluxe, me metí otra vez en la canasta de Tom, el gato. Ya sé, ya sé, no es mía, y sí, es para gatos, y es pequeña, pero es calentita y huele a felino vintage.

Aunque lo de la paz es relativo, porque Tom, el primo pusi, es mayor, está sordo como una tapia y no para de maullar. Maullidos de los largos, de los que rebotan en las paredes. Le maúlla al aire, a las esquinas, a sus recuerdos… No sé si quiere charlar o invocar algo.

Por la tarde, cuando paró la lluvia, salimos de paseo desde casa. Íbamos Papi Edu, Tita Wilma, Tito Antonio y Britte. Sí que entramos en el centro comercial, que papi quería mirar unas cosas. Yo me porté genial. O al menos eso digo yo. Al volver, siesta breve (yo), charla infinita (ellos).

Y entonces… ¡desbandada ciclista! A las seis y media salieron en bici Papi Edu y Tito Antonio. Poco después, también Tita Wilma y Britte. Lars ya estaba fuera, porque había ido directamente desde su trabajo, que está con su proyecto de fin de carrera. Muy profesional, pero no se libró de la cena.

¿Y a dónde fueron todos? A cenar en el centro antiguo de Barendrecht, a un restaurante muy bonito (dicen). Y yo, en casa otra vez con el Gato Megáfono. Por suerte, no hubo guerras territoriales, aunque compartimos sofá con distancia de seguridad.

Volvieron sobre las nueve, riendo, hablando de postres y chistes malos. Y entonces... ¡sorpresa! Papi Edu y Tito Antonio se fueron a limpiar la cámper con la lanza a presión. Porque claro, a lo mejor a los ingleses no les gusta el barro continental, y si vamos a cruzar el canal, mejor ir limpitos. Yo supervisé desde la ventana, por si acaso la lanza decidía rebelarse.

Una última ronda de bebida (nada para mí, ni queso ni olivas) y después... paseíto nocturno y a la cámper, que sigue delante de la casa. ¡Mañana nos vamos! Rumbo al ferry, rumbo a nuevas tierras, nuevos olores, nuevas aventuras. Que se preparen los ingleses, que va un bodeguero con pasaporte sellado y ganas de explorarlo todo.

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