Day 119: Ballynacourty - Ballyseedy Wood

Entre ruinas, toros curiosos y un bosque infinito.

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Parece que el descanso de ayer nos ha sentado de maravilla. Hasta el reloj decidió dormir más. Salimos sobre las once, todavía desperezándonos, y apenas quince minutos después nos encontramos con una sorpresa al borde de la carretera: unas ruinas que nos llamaban a gritos.

Era Moor Abbey, una antigua abadía franciscana del siglo XIII. No hay entradas ni taquillas, solo piedras desnudas, muros que se abren al cielo y un silencio que parece rezar por sí solo. Aparcamos al lado y nos metimos dentro. Yo corrí por el césped, olisqueé columnas y ventanas sin cristales, y pensé: “estos humanos de antes sí que sabían hacer escondites de lujo”.

Papi miró el mapa en el móvil y descubrió que desde allí salía un sendero circular de unos cinco kilómetros. El día estaba precioso, así que nos lanzamos. Al principio todo bien, pero pronto notamos que algo no cuadraba: el mapa decía una cosa y el camino señalizado otra. Cuando seguimos el mapa acabamos en un campo con toros.

Imaginaos: yo, un valiente Bodeguero Andaluz de tamaño compacto, frente a unos bicharracos enormes que me miraban como si fuera un juguete nuevo. Se acercaban con esa mezcla de curiosidad y amenaza que pone los pelos de punta. A papi se le tensó la cara y yo pensé: “no es mi día para convertirme en protagonista de un encierro improvisado”. Entre hierbas altas y más toros al acecho, decidimos que mejor seguir los indicadores oficiales. Y qué alivio. Así el sendero se volvió fácil y bonito, sin sobresaltos. Dos horas después, regresamos a la cámper con las patas y las piernas satisfechas.

Después nos tocó carretera: ciento veinte kilómetros del tirón. Sobre las tres llegamos a un lugar que encontramos en Park4Night: el aparcamiento sur de Ballyseedy Wood. Tiene unas vistas preciosas a las praderas, pero también demasiado viento y está en pendiente. El propio bosque tenía otra opción: el aparcamiento norte. Sin vistas, con un poco más de ruido de la carretera que se esconde tras los árboles, pero mucho más nivelado y protegido. Elegimos ese.

Allí comimos tranquilos dentro de la cámper y descansamos. Luego, por la tarde, nos lanzamos a recorrer el bosque. Sendero tras sendero, bifurcación tras bifurcación, hasta que parecía que habíamos caminado más de diez kilómetros. Yo corría feliz entre los árboles, leyendo mensajes secretos de otros perros en cada tronco. Papi sonreía con esa calma que solo da el verde alrededor.

Por la tarde había bastantes coches en el aparcamiento, gente paseando a sus perros y charlando. Pero ahora, ya de noche, todo está en silencio. El aparcamiento vacío, la cámper quieta entre los árboles, y nosotros disfrutando de esa paz que te abraza después de un día bien completo.

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