Dormir en Inglaterra es todo un arte... que aún no dominamos. El sitio parecía tranquilo, pero ni papi Edu ni yo pegamos ojo. Él, creo, se confundió con eso de conducir por la izquierda y trató de dormir con la cabeza en los pies. Y yo, en modo centinela total, porque aún no sabíamos si podíamos dormir ahí legalmente. Que si multa, que si grúa, que si escuadrón de bulldogs reales... En fin, que entre la preocupación y un cuervo entrometido que vino a inspeccionar el techo al amanecer, la noche fue todo menos reparadora.
A las ocho ya estábamos medio despiertos, más por resignación que por ganas. La otra furgonetilla se había largado a las cinco, como si tuviera una cita con la reina o algo. Nosotros arrancamos con calma, que no hay prisa cuando tu casa tiene ruedas.
La primera hora conduciendo fue como meterse en una peli de miedo de arbustos asesinos: carreteras tan estrechas que si sacaba la lengua la rozaba con las ramas. Papi Edu se quejaba, no tanto por lo de ir por la izquierda, sino porque entre baches, rotondas-puzzle y salidas diminutas, aquí conducir no es precisamente un placer. Así que nos pasamos a las autovías, que al menos son más anchas, aunque tampoco para tirar cohetes.
A eso de la una, ya con hambre y cara de viernes por la tarde, paramos en un lugar muy apañado junto a la carretera, con un bosquecito al lado. Perfecto para pasear y hacer mis cosas. Comimos tranquilos, dimos una vuelta por el bosque (bonito, con olor a conejos, pero sin conejos) y luego… sorpresa: otro rato en el coche.
En plena vuelta a la carretera, papi Edu olvidó por un segundo que aquí los coches vienen del lado equivocado y tuvimos que hacer una maniobra rápida. Todo controlado, claro, pero creo que se le subió el café imaginario al cerebro. Porque eso era: aún no había tomado su café. Y eso, amigos, es como conducir sin ruedas. Así que en cuanto vio un área de descanso, paramos. Había ruinas de lo que debió de ser una cafetería (o un templo antiguo del café) y papi hizo su café de emergencia en la camper. Momento sagrado.
Con la cafeína haciendo efecto y yo ya medio rendido en la cama, seguimos avanzando hasta que paramos en un área al lado de una carretera nacional. Nada mal el sitio: campo de trigo, puesta de sol de película, y yo estrenando la tarde con mi pelota. Ahí estaba yo, feliz con mi juguete, cuando aparece un coche que parecía de mantenimiento de carreteras. Papi se tensa. ¿Nos van a echar? ¿Nos van a multar? ¿Nos van a confiscar la pelota? Pues no. Resulta que los dos hombres solo querían ver nuestra cámper y hacer mil preguntas: que si la habíamos hecho nosotros, que si es cómoda, que cuánto corre, que si lleva aire acondicionado para perros elegantes… Muy simpáticos.
Y no solo eso: nos invitaron a visitar la pista de carreras de caballos en York y también una feria de caballos. Así que ahora estamos en un aparcamiento con camiones durmiendo, vistas doradas y un plan para mañana. El sitio se oye un poco, por eso de estar junto a la carretera, pero nada que no tape mi ronquido de campeón.
Añadir nuevo comentario