Day 185:

 

Escatrón – Belchite – La Alfranca

Ruinas con memoria, pueblos fantasma y duchas indiscretas

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pueblo viejo de Rodén a vista de dron
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Hoy el día empezó con esa calma engañosa que a mí me gusta mucho porque significa desayuno sin prisas, humanos medio dormidos y cero decisiones importantes durante al menos media hora. Después tocó la parte menos poética de la vida camper, recoger la casa con ruedas, cargar agua limpia, despedirnos del agua gris en el área de autocaravanas y arrancar un poco antes de las once. Papi Edu tenía hora para el tour guiado del Pueblo Viejo de Belchite pero el trayecto, en teoría corto, estaba lleno de obras, desvíos y carreteras que parecían no querer llevarnos nunca a ningún sitio. Yo iba mirando por la ventana con cara de perro responsable mientras Edu miraba el reloj con cara de humano arrepentido.

Llegamos justitos pero llegamos, aparcamos cerca de la puerta de la villa, ese acceso solemne que ya te avisa de que aquí han pasado cosas serias, y nos juntamos con el grupo. Éramos unas doce personas y la guía, una mujer que vive en Belchite, hablaba de su pueblo con una mezcla de cariño, costumbre y respeto que se notaba incluso antes de empezar. Yo entré también, claro, porque en el Pueblo Viejo los perros estamos permitidos, y eso ya dice mucho del sitio. Belchite no es un decorado, es un lugar que se quedó congelado tras la Guerra Civil Española, especialmente después de la durísima batalla de 1937. Las ruinas no se reconstruyeron a propósito, para que quedaran como memoria viva, y pasear por sus calles sin techos, entre iglesias destrozadas, casas abiertas como libros rotos y torres que ya no suenan, impresiona incluso a un perro curtido en ruinas.

Durante hora y media caminamos entre historia, silencio y viento. La guía nos explicó cómo era la vida antes, cómo el pueblo quedó arrasado y por qué se decidió construir el Belchite nuevo al lado, dejando el antiguo como testigo. Yo olía piedras viejas, paredes que han visto demasiado y rincones donde el eco ladra aunque no haya nadie. No da miedo, pero te pone serio, incluso a mí, que suelo tomarme la vida con más ligereza y cuatro patas firmes en el suelo.

Después del tour volvimos al coche y nos acercamos a la llamada Pequeña Rusia, un conjunto de viviendas construidas en los años cincuenta cerca de Belchite para trabajadores agrícolas, con una arquitectura muy distinta a la tradicional aragonesa. Casas alineadas, aire funcional y un estilo que recuerda a los poblados obreros del bloque soviético, de ahí el apodo. Hoy está abandonado, silencioso y vacío, y esta vez sí que estuvimos completamente solos. Yo corrí un poco entre las casas, ladré a nadie y confirmé que el silencio allí pesa distinto.

Seguimos rumbo norte y nos desviamos hacia la ermita de Santa María Magdalena, cerca de Mediana de Aragón. Un sitio tranquilo, abierto, con buenas vistas y cero testigos, o eso pensábamos. Allí comimos en la cámper y papi Edu decidió que era un día perfecto para ducharse al aire libre, porque hacía buen tiempo y no había nadie. Spoiler: siempre hay alguien. En mitad de la operación apareció una pareja de ciclistas que saludó con total naturalidad mientras Edu estaba en su versión más básica, sin accesorios ni tapujos. Yo hice como que no los conocía.

Pasadas las cuatro y media volvimos a arrancar rumbo a Rodén. Junto al pueblo actual se alza el Pueblo Viejo de Rodén, abandonado tras la Guerra Civil y nunca reconstruido. Está en lo alto de un cerro y conserva las ruinas del castillo, la iglesia y muchas casas que se desmoronan despacio pero con dignidad. Es un sitio fascinante, no muy grande, pero con una presencia brutal. Papi Edu sacó el dron, hizo vídeos y fotos mientras yo vigilaba que ningún espíritu se colara en la mochila. Luego entramos a pie, recorrimos lo que se puede, subimos, bajamos y miramos el horizonte hasta que el sol decidió que ya había trabajado bastante por hoy.

Tocaba buscar sitio para dormir. Podríamos habernos quedado allí, pero estaba todo muy abierto y a mí me gusta dormir con algo de abrigo natural alrededor. Seguimos conduciendo y ya de noche llegamos a un pequeño aparcamiento en el borde de los pinares de La Alfranca. Bonito, tranquilo, sin nadie más, con olor a bosque y promesa de sueño profundo. Aparcamos, nos recogimos en la cámper y, ya con todo en calma, celebramos allí mismo mi decimoprimer cumpleaños. Sin grandes alardes, pero con intención, cariño y ese algo especial que tiene cumplir años en ruta. De la celebración os cuento más en otro artículo. Así cerramos el día, con la sensación de haber viajado por la historia, el paisaje y alguna que otra situación comprometida para humanos despistados.Y yo, un año más mayor.

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