Hoy fue uno de esos días raros en los que no hay castillos, ni ruinas, ni miradores épicos, pero aun así pasan muchas cosas. Cuando nos despertamos, el mundo había desaparecido. Todo estaba envuelto en una niebla espesa, de esas que te mojan el hocico sin avisar, y el frío era húmedo y traicionero. Yo asomé la nariz por la puerta un segundo y decidí que no, que hoy no era día de heroicidades tempranas. Mi papi pensó lo mismo, así que pasamos la mañana tranquilos dentro de la cámper, calentitos y con ritmo de domingo aunque no tocara.
Al final salimos pasado el mediodía y pusimos rumbo a Zaragoza. Tocaba día de logística, que es como llaman los humanos a hacer cosas aburridas pero necesarias. Primero intentamos ir a un Lidl en la ciudad, pero aquello parecía una romería. No había manera de aparcar y yo ya notaba el estrés humano subir como la presión de una olla, así que abortamos misión y lo dejamos para más tarde.
Luego vino el capítulo combustible. En Zaragoza todo estaba carísimo, salvo una gasolinera de bajo coste que parecía un chollo… hasta que vimos el detalle importante. Los surtidores estaban solo a la derecha y la boquilla de nuestro coche está a la izquierda. La manguera no llegaba ni estirándola con fe y buenas intenciones. Yo miré a Edu con cara de “esto se veía venir”, pero él prefirió fingir que era parte del plan.
Como todavía no repostábamos y yo necesitaba estirar patas, decidimos dar un buen paseo por la orilla del río Ebro. La niebla ya se había ido, salió el sol y el día se volvió bastante agradable. Caminamos tranquilos, yo olfateando todo lo que no había podido oler por la mañana, y papi Edu respirando como si ese paseo le hubiera arreglado media jornada.
Después fuimos a otro Lidl, esta vez con mejor suerte. Había poca gente, aparcamos sin drama y papi Edu hizo la compra mientras yo me quedaba en el coche vigilando que nadie se llevara nuestra casa con ruedas. Seguíamos sin repostar y el depósito ya estaba pidiendo auxilio, así que cruzamos media ciudad hasta otra gasolinera low cost en un centro comercial al oeste. Allí sí, por fin, repostamos como toca. Aprovechando el lugar y visto que el coche estaba que daba pena, Edu le dio un manguerazo en el autolavado, porque después de la ruta a Belchite entre obras y barro ya casi no se veían los faros. Yo creo que el coche suspiró de alivio.
Con todo eso hecho ya era bastante tarde y tampoco teníamos muchas ganas de meternos a explorar una gran ciudad. Zaragoza, además, no lo pone fácil para dormir en cámper. Hace años, en nuestro primer viaje, habíamos pasado la noche en un sitio fantástico junto al Ebro, pero ahora la pernocta está prohibida y muchos de esos lugares bonitos han desaparecido incluso de Park4Night. Miramos varias otras opciones pero ninguna nos convencía.
Al final vinimos al área de autocaravanas, junto a un complejo deportivo. Tiene casi cincuenta plazas y están todas ocupadas. El aparcamiento de al lado funciona de forma no oficial como desbordamiento y allí hay otras treinta o cuarenta autocaravanas, lo cual no deja de ser curioso fuera de temporada alta. Encontramos un hueco y aparcamos. El sitio es feo, no os voy a mentir, pero para dormir sirve y yo no soy muy exigente si la calefacción funciona.
Nuestro vecino es un hombre de Inglaterra con su mujer, aunque papi Edu le pilló enseguida acento escocés y se puso a charlar con él un buen rato. Yo aproveché para observar desde mi posición estratégica, que es como decir desde la cama. Comimos en la cámper, ya a una hora decente tirando a tarde, dimos un pequeño paseo por la zona sin acercarnos al centro porque quedaba lejos y tampoco apetecía.
Al caer la noche nos recogimos. Calefacción encendida, yo profundamente dormido, papi Edu haciendo sus deberes de fotos, vídeos y blog y viendo una serie, y la ciudad ahí fuera, ruidosa pero lejana. No será el sitio más bonito del viaje, pero aquí nos quedamos a dormir, que mañana ya veremos qué nos trae el camino.
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