Dormir es una de mis grandes pasiones, pero anoche no me dejaron disfrutarla como se merece. A las 2:30, papi Edu empezó a recoger cosas con ese sigilo torpe que tienen los humanos cuando intentan no hacer ruido. A su lado, Tito Javi preparaba su mochila, y yo, desde mi rincón en la cámper, los observaba con sospecha creciente. Esto solo podía significar una cosa: aeropuerto.
No me equivoqué. En plena madrugada, partimos hacia el aeropuerto de Vilnius. El viaje fue silencioso, con Tito Javi luchando contra el sueño y papi Edu concentrado en la carretera. Yo, por supuesto, intenté aprovechar para dormir un poco más, pero el asiento del copiloto no es lo mismo que mi cama.
Cuando llegamos, Tito Javi nos dio unas últimas caricias y desapareció en la terminal. Yo lo vi marcharse con la cabeza ladeada, preguntándome si se habría dado cuenta de que olfateé su ropa antes de que se fuera. Si tarda mucho en volver, lo rastreo y lo traigo de vuelta, eso que le quede claro.
Con la cámper ahora un poco más vacía, tocaba encontrar un sitio para seguir durmiendo. No fue tarea fácil. El primer intento no nos convenció, pero el segundo estuvo mejor, así que, finalmente, pude recuperar algo de descanso hasta las 9:30.
Después, en coche hacia un centro comercial. Mientras papi lavaba ropa y sábanas en una lavandería, yo permanecí fiel a mi misión: seguir durmiendo en la cámper. Una hora y media después, todo estaba limpio y doblado, y yo, listo para la siguiente aventura.
Nos dirigimos entonces a un parque en el norte de la ciudad. El sol brillaba, el césped estaba fresquito y el ambiente era perfecto para una buena siesta al aire libre. Papi, en su entusiasmo acuático, decidió probar el río, pero la corriente era tan fuerte que hasta él, que a veces insiste en bañarse en aguas dudosas, se dio cuenta de que no era buena idea.
Cuando el hambre apretó, volvimos a la cámper y nos trasladamos a otro aparcamiento, ya que el parque donde estábamos era de pago. Parecía que el día terminaría tranquilo, pero a las 18:30 papi volvió a recogerlo todo y pusimos rumbo, una vez más, al aeropuerto.
Por un momento temí que me fueran a embarcar en un vuelo sorpresa, pero cuando llegamos y vi salir a Tito Joan con su mochila y su sonrisa habitual, todo cobró sentido. ¡Había vuelto! No es que sea una novedad, porque ha viajado con nosotros muchas veces, pero siempre es un gusto reencontrarse con alguien que sabe exactamente cómo rascarme las orejas.
Así que, con la tripulación completa de nuevo, la cámper arrancó una vez más. Regresamos al mismo sitio donde habíamos dormido la noche anterior, y esta vez, sin despedidas ni sobresaltos, por fin pude dormir como se merece un perro aventurero.
Añadir nuevo comentario