Esta mañana papi Edu terminó su brico-tarea nocturna. Resultado: ¡volante reluciente como si acabara de salir del concesionario! Creo que ahora gira con más estilo que nunca. Después se puso a charlar con unos vecinos ingleses que viajan en un Land Rover con tienda en el techo. Al parecer, les encantó nuestra célula y papi les hizo un “van tour” improvisado. Yo creo que nos faltó cobrar entrada.
A las doce y media, sin mover el coche ni gastar una sola libra, caminamos desde nuestro aparcamiento hasta las famosas Fairy Pools. Diez minutos de paseo y llegamos. Las Fairy Pools son una serie de cascadas cristalinas y pozas naturales que bajan desde las montañas de Cuillin. Dicen que si te bañas allí, una hada escocesa te concede un deseo. Yo pedí croquetas de pato, ya veremos si funciona. Eso sí, ¡madre mía cuánta gente! Parecía que todas las hadas habían invitado a sus amigos y familiares. Subimos hasta lo que parecía el final del recorrido, hicimos fotos, selfies, y cuando ya estábamos saturados de turismo… ¡al coche volando!
Había prisa. Ya eran casi las dos y papi había quedado con May, Len, Douglas y Janice en un restaurante al pie del Ben Nevis, a las cinco en punto. ¿El plan? Comer-cenar, o lo que se llama “linar” en idioma camper. Tocaban 170 kilómetros de asfalto escocés, así que solo paramos lo justo: primero para repostar diésel y luego en un aparcamiento escondido, donde papi se dio una ducha al aire libre mientras yo vigilaba los helechos.
Llegamos a las cinco menos cuarto al aparcamiento donde estaban las autocaravanas de nuestros amigos malagueños y gibraltareños. Yo me quedé en la cámper, que olía ya a cena con vistas, y los humanos se fueron a comer al restaurante que estaba, literalmente, pared con pared. Papi dice que comieron muy bien. Los otros cuatro venían de subir el Ben Nevis, la montaña más alta de todo el Reino Unido. Subidón de metros, bajón de ánimos. Lluvia, niebla, frío y ni una mísera vista desde la cima. “¿Para esto he subido yo hasta arriba?”, se preguntaba alguno. Papi Edu, que quería subir mañana, se lo está pensando dos veces... o tres.
Después de la comida, los cuatro se arrastraron a sus autocaravanas como héroes agotados. Entonces papi y yo dimos un paseo suave. Subimos un poquito por el sendero del Ben Nevis, para curiosear, pero no mucho. Unas dos millas entre ida y vuelta, lo justo para estirar las patas. Y ahora estamos aquí, en la cámper, aparcados entre decenas de autocaravanas, con la lluvia golpeteando en el techo como si ensayara una coreografía. Aquí nos quedamos a dormir. A cubierto. Y sin hadas.
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