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Corrige la puntuación de esta historia, escribe los números en texto y escribe las horas de forma natural. No cambies nada más y deja una coma después del día de la semana en el título: . Día 151:. Hudiksvall - Gävle. Hoy no madrugamos mucho. Sobre las 11 salimos de nuestro escondite entre bosque y campo, cerca del aeródromo de Hudiksvall. Dormimos genial, sin ruidos de coches, ni de humanos ruidosos… solo el canto de los pájaros y mis propios ronquidos, suaves y elegantes, como corresponde a un bodeguero bien educado. Media horita más tarde, aparcamos en la ciudad de Hudiksvall, convencidos de que el parking era gratuito. Aunque en Suecia, entender las señales de aparcamiento es como intentar leer jeroglíficos mientras te sopla el viento en la cara. Hay símbolos, flechas, horarios y números que parecen puestos a propósito para confundir turistas. Al final papi Edu se encogió de hombros y dijo: “si viene una multa, será arte escandinavo”. Exploramos Hudiksvall a pie, que se deja ver sin prisas. Es una ciudad pequeña pero agradable, con una zona de puerto bien cuidada, algunos edificios antiguos de madera y muchos bancos para sentarse a mirar cómo no pasa nada. También vimos la iglesia de Hudiksvall (Hudiksvalls kyrka), un templo blanco con un interior sorprendentemente bonito y decorado para lo que estamos acostumbrados en este país, donde muchas iglesias son austeras y frías. Esta tenía color, detalles y un aire acogedor. Hasta yo me sentí inspirado. La ciudad nos gustó, aunque no hay mucho que ver. Es más para pasear tranquilo que para sacar fotos a monumentos. En poco más de una hora ya habíamos visto lo esencial, y volvimos al coche para seguir nuestro camino. Paramos a mediodía para comer y descansar en la cámper, en un sitio cerca de la costa, con brisa fresca y olor a algas. Pero nada de playa: el cielo gris, el viento y mi cara de “ni se te ocurra” convencieron a papi de que no era día para bañitos. Así que comimos dentro, yo en mi camita y él con su bocadillo de cosas verdes que no me quiso compartir. Después de la siesta sobre ruedas, seguimos conduciendo hacia el sur, sin prisas pero con ganas de encontrar otro sitio bonito donde dormir. Y vaya si lo encontramos: el aparcamiento del Testeboåns naturreservat (¡qué nombrecito!), casi a las 8 de la tarde. El lugar está muy cerca de Gävle, pero parece que estemos en mitad de la nada. Solo árboles, musgo, piedras y el sonido constante del arroyo Testeboån, que baja saltando entre las rocas como si tuviera prisa por llegar a algún sitio. Muy tranquilo, muy sueco, muy perfecto para dormir bien. Cenamos temprano (yo también, aunque no era bocadillo), dimos el último paseo del día por un sendero del bosque y luego, de cabeza a la cámper. Mañana más, y si puede ser, sin señales raras.