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Corrige la puntuación de esta historia, escribe los números en texto y escribe las horas de forma natural. No cambies nada más y deja una coma después del día de la semana en el título: . Día 42:. Taynuilt - Fort William. Salimos sobre mediodía del sitio donde habíamos dormido, y la verdad es que costaba irse. Estábamos entre bosque y lago, en plena naturaleza, con sus pajaritos, sus árboles y sus miches… bueno, los miches no se echan de menos, pero el resto era un gustazo. Tranquilo, bonito, y el sitio ideal para que papi Edu y tito Joan cargaran energías (yo siempre estoy listo, no necesito recarga). Fuimos en coche hacia Glencoe, ese sitio de montañas dramáticas, nubes teatrales y aparcamientos imposibles. De hecho, intentamos aparcar en el de las Three Sisters, pero aquello estaba más lleno que mi cuenco de pienso cuando está recién servido (y ya sabéis que eso dura poco). Tuvimos que esperar un buen rato hasta que se liberó un hueco. Mientras tanto, yo ya estaba vibrando de emoción: íbamos a hacer una ruta que se llama The Lost Valley. Y os cuento: The Lost Valley (Coire Gabhail en gaélico) es un valle oculto entre picos enormes, donde, según dicen, el clan MacDonald escondía ganado robado. ¡Me pareció una idea excelente! ¿Robar ovejas y esconderlas? Yo habría sido el mejor compinche ladrador. El sendero empieza entre rocas, cascadas y helechos gigantes. Hay que trepar un poco, esquivar piedras resbalosas y en algunos tramos parecía que estábamos escalando una escalera de gigantes. Queríamos hacer la ruta circular, unas ocho millas (más de doce kilómetros, ¡madre mía!), subiendo al collado y bajando por el otro valle, pero íbamos un poco lentos. Bueno, lentos ellos, yo a cuatro patas me manejo bien, aunque cuando el sendero empezó a ponerse muy empinado, hasta yo tuve que cambiar de marcha. Al llegar al punto más bestia del ascenso, papi Edu dijo la palabra mágica: “¿Volvemos?” Y todos nos miramos como cuando alguien pregunta si queremos chuches. ¡Sí, por favor! Así que media vuelta, a buscar el camino de regreso. Pero no sin emoción final: para volver al sendero hay que cruzar un río. A la ida lo habíamos pasado sin problema, pero a la vuelta… digamos que las piedras bailaban más que antes. Yo intenté hacerlo a mi estilo, saltando de piedra en piedra como un acróbata, pero el agua me daba respeto. Entonces una señora muy amable, que olía a perro (del bueno), me cogió en brazos y me cruzó como a un bebé mojado. Papi Edu decía “gracias, gracias”, mientras yo ponía mi mejor cara de “esto no ha sido idea mía”. A mí eso de que me toquen sin permiso… Volvimos al coche tras hacer casi ocho kilómetros, cansados pero orgullosos. Bueno, yo solo un poco cansado, pero muy orgulloso. Nos subimos y fuimos hacia el norte, hasta Fort William, y un poco más allá. En esa zona hay varios sitios donde pernoctar, pero uno estaba ya lleno de campers (algunas más grandes que mi ego), y además sin cobertura, cosa que a papi Edu le pone nervioso porque no puede mirar el tiempo, los mapas o, lo que es más grave, la previsión de picaduras de midge. Seguimos y encontramos otro sitio, perfecto para vehículos 4x4 como la célula valiente que llevamos. El camino estaba enfangado hasta las orejas, pero con un poco de maña y barro en las ruedas, llegamos. El sitio es muy bonito, hay árboles, campo, y huele a naturaleza pura (con toques de oveja mojada). Ideal para descansar después de un día de aventuras, acrobacias acuáticas y rescates caninos inesperados. Ahora, con la tripa llena (pienso otra vez… ya sabéis), y después de unas cuantas vueltas para hacer la cama perfecta, me planto sobre mi manta favorita. Mañana, más. Y con suerte, menos agua cruzando ríos.