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Corrige la puntuación de esta historia, escribe los números en texto y escribe las horas de forma natural. No cambies nada más y deja una coma después del día de la semana en el título: . Día 56:. Edimburgo - Cramond . Hoy fue un día raro… de esos que empiezan normal pero acaban con un torbellino de emociones. Por la mañana estuve tranquilo, en el piso de Tito Fabi, como siempre estos días. Dormí mis siestas, jugueteé un poco con el pato, me puse cómodo en el sofá... Vamos, lo de siempre. Hasta que, ya bien entrada la tarde, cuando el sol ya casi se estaba rascando la barriga con las chimeneas de Edimburgo, escuché algo. Unos pasos. Pero no unos pasos cualquiera. Eran pasos conocidos. Familiares. De esos que suenan como latidos cuando tienes muchas ganas de ver a alguien. Me levanté del sofá como un rayo, corrí a la puerta, y ¡zas! ¡Allí estaba! Papi Edu había vuelto. No os imagináis la emoción. Me subí encima, le di vueltas, lo olí, le lamí la cabeza... ¡hasta se me olvidó que me había dejado seis días tirado con humanos nuevos! Bueno, vale, no estaba tan mal, pero no es lo mismo. Solo que esta vez, Edu no traía noticias alegres. Me explicó, con ese tono que usan los humanos cuando les pesa el corazón, que la tita Rosa… ya no está. Que se fue, como cuando algunos pájaros migran y ya no regresan. Resulta que murió el mismo día que Edu viajó a Barcelona, así que no pudo despedirse. Y aunque ya sabía que estaba muy malita, esto… esto duele mucho. Yo la conocía bien. Era dulce, tenía buenas manos para rascar orejas, siempre me decía cosas con una voz bonita. Y aunque los perros no lloramos como los humanos, sí que sentimos. Y yo, os lo prometo, la echaré muchísimo de menos. Edu fue a Barcelona para acompañar al tito Joan y a la Yaya, y a todos los que quieren a la tita Rosa. Para estar ahí, porque cuando el corazón se rompe, no hay nada mejor que tener a alguien cerca que te sujete un poquito los pedacitos. Edu no me lo contó con todas las palabras, pero yo le vi los ojos, y eso dice todo. Aun así, como es Edu, trajo algo bonito también: una bolsa con jamón, fuet, queso y otras cosas de esas que huelen a España. No para mí, claro, que ya me conozco ese truco… sino como regalito para Fabi, Maggie y Cassie. Porque les está muy agradecido por haberme cuidado tan bien. Yo también, ¿eh? Pero yo no tengo tarjeta de crédito, así que hice lo mío: les di unos lametones y moví el rabo con energía extra. Ah, y Edu también trajo… un catarro tremendo. De los que hacen que te suenes la nariz con la toalla del baño (él, no yo). Tosía como un león asmático, y tenía la voz como si se hubiera tragado una lija. Pero aun así, se sentó un rato a charlar con Fabi y Maggie, les agradeció todo con ese tono de Edu que mezcla ternura con cansancio. Luego bajamos los tres —Fabi, Edu y yo— con mis cosas: la canasta, los juguetes, el pienso, la mantita… y yo, otra vez dentro del coche. En la calle, me despedí de Tito Fabi. Le di un lametón perruno, con mirada larga incluida, y Edu le dio un abrazo de los de verdad, de los que aprietan. Ha sido un buen canguro, el Tito Fabi. De los que uno se queda con ganas de volver a ver. Con el coche cargado, nos fuimos a dormir al sitio de siempre, con vistas al mar y a la isla de Cramond. Ya lo conocéis. Hoy está más tranquilo que nunca, casi en silencio. Como si hasta el mar supiera que no es día para fiestas. Nos metimos en la camper prontito, porque Edu estaba hecho polvo. Y aunque tose y se suena cada dos minutos… yo duermo a su lado, calentito. Porque ahora estamos juntos otra vez. Y eso, en días como hoy, es lo único que de verdad importa.