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Corrige la puntuación de esta historia, escribe los números en texto y escribe las horas de forma natural. No cambies nada más y deja una coma después del día de la semana en el título: . . Día 57-58: Cramond . Estos dos días los hemos pasado sin movernos ni un milímetro. Literalmente. Ni al Lidl, ni a un castillo, ni a un lago. Cero. ¿La razón? Pues que papi Edu está hecho polvo. Se ha agarrado un catarro de campeonato… o puede que sea la gripe esa que te deja el cuerpo como si te hubiera pasado por encima una manada de renos escoceses enojados. Yo, sinceramente, estoy encantado. Porque si papi Edu pasa el día en la cama, ¿adivinad quién se acurruca a su lado, se estira como una lagartija y ronca con estilo? Exacto. Servidor. Y además, el tiempo tampoco animaba a hacer grandes excursiones: lluvia por la mañana, viento cruzado, y esas nubes que no llueven pero te amenazan todo el rato. El primer día, por la tarde, el tiempo nos dio una tregua y pudimos abrir el portón de la célula. Nuestra famosa terraza con vistas: al mar, a la isla de Cramond, y a una fila de autocaravanas alineadas como sardinas nómadas. Mientras estábamos allí, disfrutando del aire (yo controlando el vecindario, Edu bebiendo su infusión de fiebre y resignación), llegó un coche y se paró justo enfrente. Un señor se bajó y se quedó mirando la célula con esa mezcla de respeto y envidia que a veces despierta nuestro chasis. Resulta que era de Australia. ¡Australia! O sea, casi tan lejos como el veterinario cuando toca vacuna. Poco después llegaron su hija y su yerno en una camper de alquiler. Ella vive en Suecia ahora con su novio sueco, y los tres acaban de recorrer Escocia de arriba abajo. Nos invitaron a tomar algo. Papi Edu, con su voz de trapo mojado, sacó la escalera-banquito, cogió una lata de Coca-Cola y se sentó con ellos como buen embajador del mundo camper. Yo me quedé por allí, patrullando entre piernas, oliendo zapatillas, haciendo el perro social. Cuando el sol se escondió detrás de las nubes (otra vez), el frío nos empujó de vuelta a nuestro cubil. Papi se metió otra vez en modo “momia con tos”, y yo me acurruqué donde más calientito estaba: a sus pies. Hoy, segundo día de recuperación, el clima ha vuelto al clásico menú escocés: viento, llovizna, cielo gris, y rachas de “mejor quédate donde estás”. Así que hemos hecho justo eso: quedarnos. Paseítos cortos por el paseo marítimo, un par de lanzamientos de pelota para mantener las patas en forma, y de vuelta a la cama. Es como una especie de spa rural, pero con fiebre. Espero que mañana papi Edu se encuentre mejor. Porque aunque a mí me encanta el plan manta, sofá y siesta, ya sabéis que tengo espíritu de viajero. Y el mundo no se va a oler solo.