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Corrige la puntuación de esta historia, escribe los números en texto y escribe las horas de forma natural. No cambies nada más y deja una coma después del día de la semana en el título: . Día 62:. Culloden Moor - Munlochy. No hay forma: el bicho ese que se ha metido en el cuerpo de Papi Edu sigue emperrado en quedarse. Llevamos días en modo hospital móvil, y hoy no fue distinto. Por la mañana, Edu parecía un calcetín mojado: sin fuerza, sin alegría y con más mocos que un cole de infantil en enero. Yo aproveché para hacer lo que mejor sé hacer cuando no hay paseo ni emoción: siestas nivel experto. Salimos de nuestro pequeño aparcamiento de ruta ciclista sobre las doce. La autocaravana gigante, esa que parecía un edificio con ruedas, ya se había largado. Nosotros pusimos rumbo a Inverness, donde paramos en un hipermercado a hacer unas compras médicas. Edu se pilló un test de COVID-19 (por si acaso), y también paracetamol para intentar domar el bicho. El test salió negativo, así que, al menos, buenas noticias: parece que no es la plaga moderna sino la gripe clásica de toda la vida. La de toser, sudar y arrastrarse por la camper como alma en pena. Después fuimos, o casi volvimos, a Culloden Woods, un bosque precioso lleno de historia. Este sitio está justo al lado del campo de batalla de Culloden, donde los jacobitas (los escoceses rebeldes que querían un rey Stuart en el trono) fueron derrotados por los ingleses en 1746. Vamos, que aquí hubo lío gordo. Dicen que algunos árboles todavía susurran batallitas. Pero nosotros no oímos nada porque apenas caminamos: Edu no tenía cuerpo para guerras ni excursiones. Un paseíto corto de media hora y de vuelta al coche. Entonces decidimos cruzar a Black Isle, una península que en realidad no es una isla, pero los escoceses se ve que no son muy de precisión toponímica. Es una zona tranquila y bonita, con campos, pueblecitos y playas escondidas. Nuestro destino fue un aparcamiento cerca de Munlochy Bay, justo entre la carretera y unos campos de trigo que parecen sacados de un anuncio de cereales. El sitio tiene sus encantos: no es silencioso (carretera a un lado), pero tiene vistas geniales a la bahía y, lo más importante, se permite pernoctar, lo cual es un tesoro en esta zona. Fuimos los primeros en llegar, pero por la tarde se nos unieron dos campers más, así que ya hay ambiente. Al final del día, con el sol bajando y los pájaros diciendo “hasta mañana”, hicimos un paseo por un caminito que pasa cerca del aparcamiento. Nada legendario, solo unos cientos de metros para estirar las patas y mirar el horizonte. Yo me entretuve oliendo espigas, y Edu… bueno, Edu sigue como si lo hubiera atropellado un tren de vapor, pero al menos ya no tiene que preocuparse por los virus modernos. Mañana, con suerte, salimos a cazar aventuras nuevas. O al menos a olerlas.