Hoy no hemos caminado muchos kilómetros pero sí hemos hecho un viaje hacia atrás en el tiempo.
Cuando salimos del hotel, ya a las nueve, hacía un frío de cojones. Caminamos unos veinte minutos por la ciudad hasta llegar al comienzo del sendero, muy cerca de la Colegiata donde estuvimos ayer. La ruta comenzó bonita pero también tuvimos que andar bastante tiempo por la carretera. No había mucho tráfico pero no es bonita ni agradable y me aburre. Menos mal que luego, casi en el punto más alto de la carretera, el sendero se desvió de nuevo de la carretera e íbamos por el campo. Esto sí me gustaba.
Cuando paramos un poco para descansar (y yo desayuné) papi descubrió en el mapa en su móvil que muy cerca del final de la etapa de hoy hay un hotel. Llamó al hotel y resultó que incluso yo podía alojarme allí y además era muy barato.
Estábamos ya bastante cerca porque ya una hora más tarde podíamos ver el pueblo (Villanueva del Cauche, que son cuatro calles) y el hotel que está pegado a la autovía. Aunque también puede ser que en este hora algo muy raro pasó con el tiempo porque cuando entramos en el hotel, de repente estuvimos en otra época, creo que los años setenta o ochenta del siglo pasado. Me parece que somos los únicos huéspedes que se alojan en el hotel, a ver si por la noche aparecen fantasmas. Y espero que papi recuerde la frase mágica para mañana volver al año 2020.
A mediodía sí había unas personas en el bar del hotel. Nosotros también comimos aquí. Sí, he dicho nosotros porque nos pusieron un plato de chivo al ajillo muy rico. Papi comió la carne y yo los huesitos. Yami yami.
Por la tarde fuimos a pie al pueblo, unos veinte minutos. Antes he dicho que tiene cuatro calles pero he exagerado; son tres. Aún así tiene una iglesia y un bar donde papi tomó un refresco. Ahora ya estamos de vuelta en el hotel. No he visto a ninguna alma viva pero tampoco he visto fantasmas. Creo que aquí voy a dormir muy bien, ¡huaaaaa!