Molló - Berga

¡Woof, woof, amigos! Después de 303 días de aventuras, el viaje de 2024 ha llegado a su fin. Esta última etapa no tuvo dragones ni volcanes, pero, oye, todo viaje tiene su emoción… ¡incluso en la recta final!

Empezamos la mañana en Molló, un pueblito que está bien, pero tampoco como para que mis patas se pusieran a aplaudir. Dimos un paseíto mañanero (porque un perro debe supervisar cada rincón) y luego, ¡a la carretera! El depósito estaba vacío, pero no os preocupéis, que aún quedaba gasoil suficiente para llegar a la gasolinera de Camprodón. Sin dramas, pero con estilo, porque mi papi y yo siempre vivimos al límite... ¡del depósito!

Después de repostar (y de que papi soltase un "uff, mucho más barata que en Francia"), nos lanzamos a la carretera, llena de curvas como si las hubieran diseñado para un rally. Mi papi iba concentradísimo al volante, y yo, como buen copiloto, me dedicaba a mirar por la ventana, soñando con la siesta que me esperaba en Berga.

Dos horas más tarde, ¡por fin llegamos! Mi títo Joan nos recibió con los brazos abiertos, como si fuéramos celebridades perrunas. También estaban la yaya, mi tita Rosa y mi títo Pepe, y todos se lanzaron a darme mimos (porque claramente soy el centro de atención en esta familia).

Ahora toca descansar, ¿no? Bueno, descansar entre comillas, porque aquí nunca falta un sofá que conquistar, una pelota que morder y algún que otro tentempié que "misteriosamente" desaparece de la mesa.

Esto no es un adiós, amigos, es un "hasta luego". ¡Las aventuras de Chuly nunca se detienen!