¡Guau, viajeros! Hoy os traigo una aventura que huele a montaña, curvas y un poco a contenedor (ahora entenderéis por qué). Después de una noche tranquila en un aparcamiento tan grande que me habría perdido si no fuera por mi súper olfato, salimos a conquistar Francia una última vez. Papi, como buen rebelde de las rutas fáciles, evitó las autovías y se decantó por la ruta corta, escénica y llena de emoción.
Atravesamos ciudades con nombres elegantes como Béziers, Narbonne y Perpignan. Yo iba en mi asiento de copiloto mirando por la ventana, vigilando que no se nos colara ningún gato. Todo iba bastante recto hasta que, de repente, el camino decidió hacerse montañoso y lleno de curvas. ¡Parecía que estábamos en un zigzag infinito hacia las alturas! Os prometo que en algún momento pensé que estábamos escalando hasta el cielo perruno.
Justo cuando el sol estaba dando su último bostezo del día, llegamos al puerto de montaña "Coll d'Ares", que marca la frontera entre Francia y España. ¡Amigos, qué vistas! Papi sacó la cámara para inmortalizar el momento, mientras yo posaba como la estrella que soy. Puede que fueran las últimas fotos de este lado de la frontera, así que me aseguré de que saliera mi mejor perfil. Pensamos en quedarnos allí a dormir, pero... no había cobertura de móvil. ¿Cómo iba yo a revisar mis vídeos de cachorros divertidos antes de dormir? Imposible.
Decidimos seguir cuesta abajo unos 10 kilómetros hasta llegar a un pueblito llamado Molló. Allí encontramos un mini aparcamiento para campers. Decir que era "un área para autocaravanas" es como llamar a una charca "un spa de lujo". Era básicamente un terrenito junto al punto verde del pueblo, o sea, el sitio donde recogen la basura.
Y aquí estamos, ya de noche, listos para dormir. Creo que esta será nuestra última noche en la camper en este viaje. No sé vosotros, pero yo ya estoy soñando con las aventuras que vendrán. ¡Hasta la próxima ladraventura, exploradores de caminos!
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