Day 180:

 

Bonastre – Cornudella de Montsant

Iglesias modernistas, pueblos misteriosos y curvas de vértigo

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Nos despertamos tarde. No “casi tarde”, sino tarde de verdad, como si la noche hubiese estirado las sábanas para decirnos que había que descansar un poco más. Anoche los humanos se acostaron tarde viendo cine en la pantalla grande de la cámper y yo, con mi siesta estratégica, también me lo tomé con calma. La rutina mañanera fue tranquila, sin prisas, con estiramientos y algún que otro bostezo sincronizado con el sol.

Sobre las once y media por fin salimos. Bajamos por el camino de piedras, respiré el aire fresco que siempre sabe a aventura, y luego, veinte minutos por carretera hasta Montferri. Aquí una iglesia llamó la atención de tito Joan, así que paramos y aparcamos.

La iglesia era el Santuario de la Mare de Déu de Montserrat, un edificio que no parecía nada discreto para estar en medio del campo. Esta ermita es obra del arquitecto modernista Josep Maria Jujol, discípulo de Gaudí, y por eso a algunos humanos les recuerda a la Sagrada Familia de Barcelona. Comenzó a construirse en 1925, pero entre paralizaciones, guerras y falta de dinero tardaron muchísimo en terminarla; no se inauguró hasta 1999, más de setenta años después. Su forma en planta trata de evocar un barco orientado hacia la montaña de Montserrat, y está repleta de arcos y cúpulas que le dan un aire mágico aunque esté hecha con materiales humildes como piedra y cemento, y sin grandes lujos.

No entramos, solo la vimos por fuera, pero nos gustó ese aire humilde y audaz que tiene, encaramada en la colina, como si siempre hubiera estado esperando que pasáramos por ahí.

Seguimos la ruta y casi una hora más tarde nos topamos con La Mussara, el famoso pueblo abandonado de la comarca del Baix Camp. Yo me esperaba algo espeluznante, con fantasmas y sombras misteriosas moviéndose entre casas derruidas, pero la realidad era menos cinematográfica. La Mussara es un despoblado situado en las montañas de Prades, sin habitantes desde 1959, cuando la falta de agua y unas tierras difíciles para cultivar empujaron a su gente a marcharse.

Quedan ruinas de algunas edificaciones y la antigua iglesia de San Salvador con su campanario del siglo XIX, y alrededor el paisaje es grandioso, con vistas panorámicas espectaculares sobre el Camp de Tarragona desde casi mil metros de altitud.

Nos decepcionó un poco. No son ni tres casas bien conservadas, y había bastante gente curioseando, fotos y risas, así que el ambiente misterioso que esperaba era más “turismo natural” que “pueblo fantasma de película”. Quizá si hubiésemos llegado envueltos en bruma habría sido otra historia… pero hoy lucía el sol y la niebla se había dormido.

Después seguimos en coche hacia Siurana, ese pueblo descrito como “colgante” por su ubicación sobre un escarpado y con vistas increíbles al embalse de Siurana y al valle. Había muchísima gente y el aparcamiento de pago estaba lleno de coches de turistas, así que la experiencia fue algo… concurrida. Paseamos por lo que son básicamente las tres calles principales del pueblo y vimos su iglesia, pero poco más. Quizá yo, Chuly, el perro viajero, ya he visto tantas panorámicas espectaculares que un pueblo con mucha gente y pocas sombras misteriosas no me impresiona tanto como antes.

Volvimos al coche y bajamos buscando un sitio para comer y dormir. Pasadas las cuatro llegamos a un lugar guay en plena naturaleza. Era perfecto, aunque nos quedamos a unos veinte metros del sitio previsto, porque allí estaba lleno de papel higiénico. Me dio mucha pena ver eso; no todos los camperistas son tan respetuosos con su entorno como nosotros. Teniéndolo todo tan bonito no cuesta nada dejarlo igual que lo encontraste.

Comimos en la cámper, llenamos el estómago y las vistas, y decidimos quedarnos a dormir allí también. Por la tarde la calma fue la misma que ayer: yo descansé bajo el sol suave, exploré un poco el terreno y marqué un par de ideas importantes, como es mi costumbre, mientras papi Edu y tito Joan volvieron a su cine en pantalla grande.

Así terminó otro día perfecto de viaje, con iglesias modernistas, pueblos con historia y naturaleza que parece hecha a propósito para que un perro viajero como yo cierre los ojos con una sonrisa.

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