Día 181:

 

Cornudella de Montsant – Berga

De senderos de montaña a monasterios cistercienses: última aventura

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Hoy nos levantamos un poco antes que ayer, con ese cosquilleo mañanero que solo se tiene en el último día de una escapada. Las sábanas quedaban atrás y, como celebración de que aún nos quedaba un día completo juntos, los humanos desayunaron algo llamado torrijas holandesas (wentelteefjes). Yo me limité a vigilar el desayuno para asegurarme de que no se escapara ninguna migaja con vocación de fuga.

Salimos antes de las 11 y apenas veinte minutos más tarde estábamos pasando por Prades, un pueblito tranquilo al pie de las montañas, donde el 4x4 volvió a sentirse vivo después de tanto tiempo de descanso desde Irlanda. Con el motor ronroneando pensé que era una buena oportunidad para algo un poco más… llamémoslo aventurero. Así que papi Edu decidió salirse del asfalto y subir por un sendero divertido más que por una carretera. Algunos senderistas nos miraron como quien piensa “¿pero por aquí se puede?”, y yo devolví miradas llenas de orgullo perruno, porque ese camino estrecho y pedregoso tenía mi nombre escrito en cada curva.

Subimos hasta el Coll del Bosc y allí paramos. Estiré patas, me empapé de olor a bosque y viento, y hasta enseñamos la cámper a un grupo de senderistas que se quedaron flipando con nuestra casita rodante tan bien puesta para cualquier terreno. Después de las risas seguimos por otro lado y enlazamos con la T‑700, una carretera de esas con muchísimas curvas que a los humanos les gusta tanto como a mí me gusta olfatear cada señal de humo, cada mota de polvo y cada aroma de campo.

Ya pasado el mediodía llegamos a Poblet, donde aparcamos para visitar el Reial Monestir de Santa Maria de Poblet. Este monasterio no es cualquier iglesia bonita de pueblo perdido; es uno de los monasterios cistercienses más grandes y completos del mundo, fundado en el siglo XII y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Está rodeado por imponentes murallas, tiene un claustro impresionante, una iglesia gótica con bóvedas elevadas y un palacio real fortificado donde descansan los reyes y reinas de la Corona de Aragón, como Jaime I el Conquistador.
No pudimos entrar en el claustro porque nos pilló el horario y, además, a mí no me dejaban entrar con mi pelaje tan elegante, pero lo que vimos por fuera ya era suficiente para sentir la historia bajo la mirada. Las piedras susurraban siglos y siglos de monjes caminando despacio, de rezos y de historias que parecían salidas de un libro antiguo.

Después de casi una hora de mirar, fotografiar y dejar que la sombra de los muros dibujara líneas curiosas en nuestros rostros, volvimos a la cámper y seguimos la ruta. Media hora más tarde aparcamos de nuevo en las afueras de Santes Creus. Aquí yo me quedé disfrutando de la cámper, estirando patas y haciendo mis propios planes de exploración, mientras papi Edu y tito Joan subían a pie para visitar el Reial Monestir de Santes Creus por dentro.

Este monasterio también fue cisterciense y tiene su origen en el siglo XII. Comparado con Poblet, la vida monástica en Santes Creus no continuó hasta hoy, y ya no hay comunidad monástica viva como en Poblet, pero el conjunto sigue siendo enorme, sobrio y majestuoso, con una iglesia de planta de cruz latina, un magnífico claustro gótico y detalles arquitectónicos que muestran cómo evolucionó el uso de las formas románicas al gótico con el paso de los siglos.

Papi Edu y tito Joan volvieron después de casi hora y media, encantados con su audioguía y con mil anécdotas sobre ventanas góticas, arcos apuntados y capiteles con formas curiosas que solo los humanos parecen descifrar. Yo los recibí como se recibe a dos exploradores que regresan de una misión épica.

Comimos en la cámper en el mismo aparcamiento. Fue un festín con vistas, y yo me di un homenaje de siesta estratégica después de tanto olor interesante en la mañana. Luego nos tocó poner rumbo a Berga, más de 125 kilómetros que pasaron volando por autovía. Llegamos sobre las siete de la tarde, ya de noche, y allí estaba la yaya esperándonos en casa como si fuéramos héroes de una película. Hoy cenamos en casa, dormiremos en casa, y aunque esta escapada terminó, las sensaciones de este último día aún dan vueltas en mi cabeza perruna como globos que nunca se desinflan.

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