Day 184:

 

Torres de Segre – Escatrón

Turbinas gigantes, pueblos sumergidos y calma junto al Ebro

Geluidsbestand
284

Ayer fue un día de esos que se te quedan metidos en las patas. Bonito sí, espectacular también, pero al llegar la noche yo ya caminaba como si llevara botas de montaña invisibles dos tallas más grandes. Así que hoy, cuando abrí un ojo y vi que el cielo estaba del color de una manta vieja olvidada al fondo del armario, supe que tocaba jornada tranquila. De esas que se disfrutan sin prisas, con bostezos largos y desayunos que se alargan más de la cuenta.

El sitio seguía en silencio por la mañana, un silencio del bueno, de los que no asustan ni molestan. Yo me desperecé a mi ritmo mientras papi Edu se movía despacio, sin prisas, como si el día viniera con modo ahorro de energía activado. Nadie tenía prisa y eso ya me parecía una gran idea.

Arrancamos tranquilos y un poco antes del mediodía el coche empezó a rodar. A mí me gusta cuando el día arranca así, sin sobresaltos, como diciendo “relájate Chuly, hoy no hay heroicidades”. Tras unos cincuenta kilómetros pasamos por Mequinenza. No entramos en el pueblo porque, visto desde fuera, no nos llamó demasiado. A veces pasa, hay lugares que no te hacen ojitos. Pero justo al salir paramos en el mirador del Aiguabarreig de Mequinenza y ahí la cosa cambió.

Nada más bajar del coche me encontré con una cosa gigantesca. Una turbina de una central hidroeléctrica expuesta al aire, plantada allí como si fuera una escultura moderna dedicada al culto del agua y la fuerza bruta. Yo la miraba desde abajo pensando que, si eso fuera un juguete, estaría claramente fuera de mi liga. Es impresionante verla quieta, limpia, como un monstruo dormido que en su día movió medio mundo a base de río.

El lugar es especial porque allí se juntan grandes ríos, el Ebro con el Segre y no muy lejos el Cinca, formando lo que llaman el Aiguabarreig. Para mí era un festival de olores acuáticos de alto nivel. Al otro lado de la carretera se veían unas ruinas que daban un poco de respeto. Eran restos del pueblo viejo de Mequinenza, abandonado cuando se construyó el embalse y el agua se tragó casi todo. Casas, calles e iglesias quedaron bajo el agua y lo que hoy se ve son muros rotos que parecen recordar lo que hubo allí antes.

Seguimos la ruta en coche, ya con la idea de ir buscando sitio para dormir. Vimos un lugar a orillas del embalse de Mequinenza que en verano seguro que es una maravilla, pero hoy hacía frío y el viento soplaba con mala intención. Demasiado expuesto incluso para un perro valiente como yo. Otro intento fue cerca de Caspe, pero tampoco nos convenció. Así que seguimos adelante, sin dramas.

Y menos mal, porque acabamos llegando a Escatrón. El área de autocaravanas del pueblo no era nada del otro mundo, bastante fea y pegada a la carretera, pero justo debajo encontramos un sitio perfecto junto al río Ebro. Naturaleza, calma y sensación de sitio acertado. Bajé del coche, olfateé el aire y lo supe. Aquí sí.

Comimos en la cámper y, atención, a una hora bastante decente. Sobre las tres. Yo lo celebré internamente con fuegos artificiales imaginarios. Después dimos un paseo por el pueblo. Escatrón tiene ese aire de lugar que fue importante hace tiempo y ahora va con calma. Muchas casas cerradas, calles tranquilas y una cantidad sospechosa de pusis. No me caen bien, pero reconozco que son muy fotogénicos los condenados. Se dejaban ver, se estiraban como modelos profesionales mientras yo fingía que no me importaban nada.

Subimos al mirador del Tozal. Desde allí hay buenas vistas del río Ebro y también se ve la central termoeléctrica, enorme, dominando el paisaje. Me quedé un rato quieto mirando, con el viento despeinándome las orejas, pensando que los humanos hacen cosas muy grandes y muy raras, pero a veces encajan bien en el paisaje.

Volvimos a la cámper cuando ya caía la tarde. El cuerpo estaba cansado pero contento, de ese cansancio bueno que no protesta. Nos recogimos temprano. Yo di mis vueltas reglamentarias antes de acostarme, comprobé que todo estaba en orden y me acomodé en mi sitio.

Aquí nos quedamos a dormir. Un día tranquilo después de una buena paliza, con paisajes que no gritan pero se quedan contigo. Cerré los ojos pensando que viajar también es saber cuándo bajar el ritmo. Y hoy, la verdad, lo hicimos muy bien.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.