Guau amigos, qué día más movido hemos tenido hoy. Hemos arrancado nuestra nueva aventura aunque aún no hemos puesto una sola pata en el sendero oficial. Mi tita María mi tito Juanjo y mi papi Carlos nos llevaron en coche hasta Tarifa. Ahí empezó el jaleo. Tarifa siempre tiene ese aire de sitio donde pasan cosas. Hoy no faltó de nada.
Primero paramos a comer. Bueno ellos comieron. Yo me quedé oliendo filetes ajenos con la esperanza de que alguno se despistara y me cayera un trocito. Ni rastro de mi pienso de mediodía. Injusticia perruna en toda regla. Pero respiré hondo y pensé que el olor alimenta… aunque poco.
Luego nos llevaron a un sitio con un nombre que prometía aventuras psicodélicas: las Casas de Porros. Yo iba preparado para cualquier cosa. Un porro, un cigarro torcido, una zanahoria en forma de trompeta. Nada. Ni una brizna sospechosa. Qué decepción tan graciosa. Eso sí el nombre se queda para contarlo en las meriendas.
Después llegó lo bueno. Visitamos una duna enorme llamada Punta Paloma. Yo pensé que habría una banda de palomas preparadas para jugar al corre que te pillo. Pero no había ninguna. Ni una sola pluma. A cambio me encontré una playa enorme donde corrí por la arena como si protagonizara un anuncio de pienso premium edición lujo. El viento me movía las orejas y la arena me hacía cosquillas en las patas. Sensación de libertad total.
Por la tarde todos menos papi Edu y yo se fueron a Sevilla. Así que nos quedamos a explorar Tarifa. Dormimos en un hostal en pleno centro. Nada más entrar mi nariz dijo aquí huele a libertad. A incienso. A mochilas sudadas. A gente que toca la guitarra aunque no sepa. Vamos un ambiente muy hippy. Casi esperaba que el aire tuviera rastas y cantara reggae.
Ahora estoy reventado patas arriba y con los ojos medio cerrados. Mañana toca mucho pateo así que necesito recargar baterías. Os cuento más cuando me despierte, colegas.
No seas mentirosillo, comiste arena y algas en la playa, y yo te di bajo la mesa, pequeños bocaditos sin que nadie se enterase! Pillin!