Día 99

Aarhus - Rønde

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El día prometía emociones fuertes… y no solo porque el cielo tenía cara de tormenta. Empezamos con un paseo por Aarhus Docklands, una zona donde parece que los edificios compiten por ver quién se peina más moderno. ¡Yo diría que es el barrio donde las casas hacen yoga! Hay fachadas en zigzag, ventanas con forma de trampolín y bloques que parecen Tetris gigantes. A mí lo que me gusta es que hay amplios paseos, huele a mar y se pueden olisquear esquinas recién lavadas por la lluvia.

Después nos subimos al coche (¡ay…) y fuimos en busca de un troll. Pero no uno de esos que gruñen en los cuentos, no… Uno de los que construye Thomas Dambo, un artista danés que fabrica criaturas gigantes con madera reciclada. Los esconde por todo el mundo como si fueran Pokémon de madera. ¡Y claro, papi Edu no se puede resistir a la caza del troll!

Este primero se llama Simon og anime y está escondido (bueno, expuesto) al lado de un centro comercial, justo a las afueras de Aarhus. Es un troll sentado con aire pensativo, como si se estuviera preguntando si tiene saldo para otra llamada de Tinder forestal. No os penséis que es pequeño, ¿eh? Mide como tres humanos subidos uno encima del otro. Me olía a serrín viejo y a historia inventada. Me gustó.

Luego seguimos carretera hacia el noreste, y encontramos otro: Sigurd, The Bird & The Red Thing. El nombre suena raro, pero lo que vimos fue aún más surrealista: un troll gigantesco encima de un coche rojo, como si estuviera bajando una cuesta a toda leche sin frenos. El coche parece de juguete, pero el troll no. Yo me quedé flipando. Papi Edu también, aunque no tanto como cuando encuentra galletas escondidas. No pudimos acercarnos porque la lluvia caía como si Thor estuviera fregando el Valhalla, así que lo vimos desde el coche.

Pusimos rumbo al sur hacia nuestro último destino del día: Kalø Slotsruin. Aparcamos sobre césped, junto a otra autocaravana (¡guau, vecinos!) y comimos dentro, con el techo resonando al ritmo de la lluvia. Pero luego paró. Salió una luz que parecía inventada por Instagram y papi Edu dijo la palabra mágica: "paseo". Yo salté como un resorte, me tragué el pienso sin mirar y nos fuimos.

Para llegar a las ruinas hay que cruzar un camino largo y recto, rodeado de agua por los dos lados. Y al final, como una galleta olvidada en un plato, están los restos del castillo de Kalø. Solo quedan los muros y una torre de vigilancia, pero se respira historia por todos los agujeros. Aquí encerraron a un conde que se portó regular con el rey. ¡Y yo que pensaba que a los que se portaban mal solo les quitaban la pelota!

Subí a lo alto de unas piedras que crujían bajo mis patas y ladré a los fantasmas (por si acaso). Papi Edu se hizo fotos con cara de explorador vikingo, y yo me gané un trozo de galleta que había sobrevivido desde el desayuno. Volvimos al aparcamiento justo cuando el cielo empezaba a ponerse feo otra vez. Pero esta vez, ya con la barriga llena y los trolls bien contados, nos dio igual.

Esta noche dormimos aquí, con la otra autocaravana como compañera de sueños y el sonido del mar a lo lejos. Yo ya tengo la pelota al lado, el osito bien vigilado y el pato listo para lo que venga. Si hay fantasmas de castillo, que vengan. Estoy preparado.

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