Día 100

Rønde - Fjerritslev

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Hoy hemos salido pronto, tan pronto que casi me pilla el desayuno a medio pato. Sin tiempo para remolonear, me vi arrastrado (con dignidad, eso sí) hasta el coche. Rumbo oeste. Empezamos con una iglesia en Silkeborg porque a papi Edu le gustan esas cosas. A mí me gustan más los arbustos que hay al lado de las iglesias, pero bueno. La Mariehøj Kirke era de ladrillo, robusta y en plena misa. No entramos. Bien. Siguiente.

La cosa se puso seria cuando llegamos a Silkeborg Bad, que suena a spa, pero en realidad es un parque con arte moderno, senderos que huelen a historia húmeda y ardillas que no se dejan cazar. Y allí, entre árboles viejos y esculturas raras, encontramos a Stærke Storm. Sentado como un guerrero en guardia, sobre un tronco caído, con cara de pocos amigos y brazos que podrían levantar medio bosque. Un troll con presencia, de esos que no quieres molestar. Me acerqué con cuidado. Hicimos un par de selfies, uno de ellos con mi oreja tapando media cámara, como debe ser.

Seguimos con el segundo troll en Tinkerdal. A este lo encontré antes de que Edu acabara de decir “vamos a buscar a Vild Em—”. Allí estaba: Vild Emil, tirado a la bartola en mitad del bosque, durmiendo como un tronco entre troncos. Yo me quedé mirándole un buen rato, no fuera que estuviera fingiendo. Pero no, ese estaba en fase REM. Me acerqué sigilosamente, le olí el dedo gordo del pie y nada. Ni se inmutó. Un crack.

El tercer troll fue el más complicado. Trolden Ask fra Ashøj se esconde en un claro secreto de un bosque cerca de Ettrup. No lo ves hasta que estás encima. Está sentado, con un palo en una mano y una piedra en la otra, como si estuviera decidiendo si construye una cabaña o lanza la piedra a alguien. Tiene mirada profunda, de troll filósofo, de esos que saben cosas. Me dio un poco de respeto. Me limité a sentarme a su lado y mirar al horizonte, como si también estuviera pensando cosas importantes, tipo “¿quedará un poco de comida en la nevera?”.

Después vinieron los paisajes. Porque si algo tiene el noroeste de Jutlandia es eso: paisaje. Entre Struer, Hurup, Thisted, Vigsø y Fjerritslev, el mundo se estira en colinas suaves, campos infinitos de trigo que bailan con el viento y casitas que parecen sacadas de un libro de cuentos. De vez en cuando, un bosque se cuela entre tanto campo, y la costa aparece sin avisar, con dunas altas, arena clara y un viento que parece entrenado para despeinar perros.

En Vigsø nos dimos un paseo por la playa. Y no era una playa cualquiera, no. Allí están los restos del Vigsø Battery, parte del Muro Atlántico que los humanos construyeron para una guerra que ya ni recuerdo. Búnkeres enormes, medio hundidos, como tortugas de cemento dormidas en la arena. Me subí a uno. Salté de otro. Me hice el valiente hasta que oí un ruido raro y fingí que buscaba una piedra.

Después de eso, tocaba buscar refugio para la noche. Probamos varios sitios en la costa, pero ninguno nos convencía. Hasta que llegamos aquí: un aparcamiento oficial para autocaravanas, con vistas a un campo donde pastan caballos que me ignoran sistemáticamente (lo cual me parece muy maleducado). El sitio es tranquilo, solitario y huele a hierba fresca.

Ha sido un día intenso. Tres trolls cazados, casi 330 kilómetros de rutas y un montón de historias nuevas para contaros. Dinamarca empieza a gustarme. Aunque sigo sin entender por qué los trolls no tienen croquetas.

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