Salimos de la colina a eso de las diez, pero antes de meternos en plan turístico, papi Edu y tito Joan querían pasar por un par de centros comerciales. No sé qué buscaban exactamente, pero tras dar muchas vueltas y mirar muchas cosas… no compraron nada. Eso sí, yo esperé como un campeón en la camper, que es donde mejor se está.

Después aparcamos gratis cerca del centro de Kuopio y empezamos a explorar la ciudad. Es una ciudad agradable, limpia, tranquila y con muchos árboles por todas partes. No es de esas ciudades que te dejan con la boca abierta, pero tiene su encanto. Caminamos por las calles peatonales, vimos el mercado (que está en un edificio bonito de ladrillo rojo), un parque con vistas al lago y una iglesia muy alta. Y yo, como siempre, liderando la expedición con mi hocico.

Lo mejor del día, según papi Edu, fue la pizza. Acabamos en una pizzería donde, al parecer, hacían una de las mejores pizzas que se han comido nunca. Yo no entiendo tanto, pero viendo la cara que ponían, debía de estar buenísima. Mi papi ama las pizzas, pero como en la camper no tenemos horno, cuando quiere una de verdad tiene que ir a un restaurante. Y vaya si valió la pena. Además, comieron a hora finlandesa: a la una y media ya estaban listos.

Después cogimos el coche para seguir hacia el norte, sin más paradas, hasta llegar a la ciudad de Juuka. Antes de buscar sitio para dormir, paramos en una gasolinera para echar combustible, rellenar agua y tomar un café. Yo aproveché para estirar las patas y saludar a los que pasaban, como siempre.

Ahora estamos en las afueras de Juuka, aparcados junto a un pequeño puerto deportivo, al lado del agua (cómo no). Es tranquilo y bonito, pero el agua hoy no está nada apetecible, así que papi Edu se queda seco. Una rareza en este viaje, pero también le viene bien un descanso de vez en cuando. Yo, mientras tanto, vigilo el muelle y me preparo para otro día de aventuras.