Esta mañana dimos un paseo tranquilo por el bosque. Había un caminito que iba más o menos pegado al lago, y aunque el cielo estaba un poco gris, olía genial a tierra mojada y a setas. Durante el paseo me pasó algo rarísimo: ¡un bicho me picó en el culo! Me estaba molestando un montón, así que, aunque yo nunca me meto en el agua porque no me gusta nadar, esta vez me metí en el lago para refrescarme la picadura. No me hizo mucha gracia, pero oye, funcionó.
Salimos a eso de las once y media y nos metimos en el coche rumbo al norte. Condujimos hasta las afueras de Kuopio, y paramos en el aparcamiento de un puerto deportivo para comer y descansar un poco. Yo aproveché para echar una buena siesta mientras papi Edu y tito Joan debatían qué hacer con el resto del día. No había mucho plan.
Al final, volvimos un poco por la misma carretera y… ¡acabamos en un Ikea! Sí, en pleno agosto finlandés, esos dos decidieron meterse una hora dentro a mirar sofás y cosas que no caben en la camper. Yo esperé pacientemente en el coche, porque ya sabéis: donde va mi cama, estoy yo feliz.
Después empezamos a buscar sitio para dormir y encontramos uno estupendo al lado de una torre mirador, en lo alto de una colina. Había otra camper dudando dónde aparcar y… bueno, les ganamos el mejor sitio. Al principio se pusieron en otro rincón, pero al rato se fueron a dormir a otro lugar. Muy raro, porque este sitio es perfecto.
Más tarde el cielo se aclaró un poco, así que subimos a la torre. ¡Menudas vistas! Se veían un montón de lagos, bosques infinitos y hasta una pista de salto de esquí con su tobogán gigante. Yo no salté, claro, pero miré todo con orejas tiesas.
Ahora estamos aquí arriba, con el sol bajando y el aire fresquito. A ver si mañana sale el sol de verdad. Aunque, con o sin sol, Finlandia sigue molando.
Añadir nuevo comentario