Día 286

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Hoy os cuento un día de esos que no dan para película de acción, pero oye, que tampoco se puede estar siempre a tope. Empezamos la mañana despertando en un lugar tranquilo, con todo cubierto de escarcha como si alguien hubiera dejado la nevera abierta toda la noche. Aunque hacía fresquete, el solito se asomó tímidamente, como diciendo: “No os preocupéis, hoy no os dejo congelar”.

Después de un desayuno rápido pusimos rumbo hacia la frontera entre Montenegro y Bosnia-Herzegovina. En menos de media horita llegamos, y aquí viene lo interesante: fue el paso de frontera más rápido y sencillo de nuestras vidas nómadas. Solo nos pidieron los pasaportes y los papeles de la camper. Ni revisión, ni preguntas incómodas, ni caras de “¿a dónde vais con esa cara de felices?”.

Cuando el señor de la segunda taquilla preguntó por mi pasaporte, mi papi, con toda la calma del mundo, le dijo que lo tenía atrás, en la cámper, y el hombre ni se molestó en pedirlo. Se lo creyó con mi carita de perro viajero profesional. ¡Qué confianza en mis habilidades diplomáticas perrunas!

Después de cruzar, seguimos un poco más y llegamos a un sitio precioso al borde de un río, cerca de la frontera con Croacia. En verano debe de ser todo un planazo con chiringuito y todo, pero hoy estamos solos, con el río como banda sonora y la tranquilidad como compañía. Un lujo.

Ah, y hoy no es un día cualquiera: ¡es mi cumpleaños! Pero no os preocupéis, que todo lo relacionado con la celebración (que promete mucho) os lo cuento en otra historia del blog. Por ahora, voy a disfrutar de mi día especial y ver si me cae algún extra en la cena. Mañana más aventuras, ¡no os las perdáis!

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