¡Guau, amigos, qué día más completito hemos tenido! Hoy tocó una de esas jornadas donde pasamos muchas horas en nuestro coche-casa, pero siempre con paseos estratégicos para estirar las patas (las mías y las de mi papi). Nuestra aventura nos llevó de nuevo a las impresionantes Dolomitas, un lugar que nunca pasa de moda para nosotros, aunque ya lo hayamos visitado dos veces. Es que esas montañas tienen algo mágico que nos llama una y otra vez.
Empezamos saliendo de nuestro rinconcito nocturno, bien calentitos, y pusimos rumbo a Forni di Sopra. Este pueblecito tiene una pinta estupenda, con un campanario curioso que está como en modo “independiente” de la iglesia. Me quedé con las orejas bien tiesas mirando cómo la gente esquiaba en una pista que parecía un oasis blanco en medio de un paisaje un poquito seco. Eso sí, las vistas a las montañas quitaban el hipo. No exploramos el pueblo esta vez porque papi dijo que había que continuar, así que salté de nuevo al asiento trasero (donde, por cierto, tengo mi mantita favorita).
Nuestra siguiente parada fue en el lago di San Vito, o lago Mosigo, según quién te lo cuente. ¿Dos nombres para un laguito tan pequeño? ¡Eso sí que es tener personalidad! Aunque más que un lago parecía un charco con glamour, nos encantó. Dimos un paseíto corto, lo justo para disfrutar de la calma y mirar los patos sin demasiado compromiso (¡no os preocupéis, no los perseguí esta vez!). Con este frío, los paseos largos están fuera de juego, pero igual lo pasamos genial.
Pensaba que nos íbamos a quedar a dormir allí, pero mi papi, siempre con ganas de seguir explorando, decidió conducir un poco más. Nuestro destino: Cortina d’Ampezzo. ¿Sabéis ese tipo de sitios donde el glamour se mezcla con montañas de postal? Pues eso es Cortina. Había un tráfico tremendo, con gente volviendo de las pistas de esquí, pero las vistas desde nuestra ventana móvil fueron suficientes para saber que es un lugar especial.
Al final del día encontramos un aparcamiento súper tranquilo a más de 1.600 metros de altura. Estamos completamente solos aquí arriba, rodeados de naturaleza y bajo un cielo estrellado que parece sacado de un cuento. Hace un frío que te congela hasta los bigotes (los míos están oficialmente tiesos), pero nuestra calefacción funciona como una campeona. Así que aquí estamos, bien acurrucados, listos para soñar con las aventuras de mañana.
Relato súper bonito.