Día 43

Fort William - South Queensferry

Puentes imposibles, cascadas y un viaducto de tren

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Dormimos muy tranquilos en nuestro rincón secreto entre montañas y barro, y al levantarnos el cielo nos sonreía: nada de lluvia. Desayunamos con calma (aunque yo, como siempre, me lo ventilé en 23 segundos) y nos pusimos en marcha. Condujimos media hora hasta el aparcamiento para hacer el sendero hacia Steall Waterfall.

Y ay, qué ruta más chula. El sendero a Steall Waterfall es uno de esos clásicos escoceses: empieza metiéndote en un bosque que parece salido de una peli de hadas (o de orcos, según la luz), luego se estrecha entre rocas enormes, musgo a tope y raíces que se empeñan en hacerte tropezar. En total son casi cuatro kilómetros ida y vuelta, pero no es tan fácil como parece. ¡Pero lo hicimos los tres! Con Tito Joan a la cabeza, Papi Edu con la cámara y yo vigilando los olores del camino.

Al final del sendero llegamos a un valle abierto, con un río ancho y la Steall Waterfall cayendo al fondo como si el cielo se hubiese rajado. Es la segunda catarata más alta de Escocia, con unos 120 metros de caída, y hace un ruido que me hizo ladear la cabeza como cinco veces seguidas.

Para acercarse del todo hay que cruzar el río por un puente tibetano, y no es broma. Tres cables: uno para los pies y dos para las manos. ¡Y nada más! Tito Joan dijo que nones, que él se quedaba en tierra firme. Pero Papi Edu, como siempre, valiente (o inconsciente), cruzó el cablecito sin temblarle una ceja.

Yo… bueno… yo intenté seguirle. Pero por el río. Porque ¿cómo me iba yo a quedar sin explorar el otro lado? Me metí con las patas bien firmes, pero la corriente me empujaba y, por suerte, Tito Joan me agarró del collar justo a tiempo. ¡Eso sí que es trabajo en equipo! Menos mal, porque si no ahora estaría escribiendo esta entrada desde el Atlántico.

Papi Edu llegó justo debajo de la cascada y dijo que merecía la pena. Luego volvió sano y seco (¡a diferencia de mí!) y volvimos por el mismo camino al coche. Con el hambre ya apretando, buscamos un sitio más tranquilo e idílico para comer. Yo me comí mi pienso bajo de la mesa, mientras los humanos se hacían su comida riquísima.

Pero el descanso no duró mucho. Se pusieron a buscar billetes de avión como locos, y yo ya olía que pasaba algo. Resulta que mi Tita Rosa, la hermana de Tito Joan, está malita y en el hospital, y Tito Joan quiere ir a verla cuanto antes. Encontraron un billete para mañana por la mañana, desde Edimburgo.

Así que tocaba ir bajando ya, pero antes hicimos un pequeño desvío hacia el famoso viaducto de Glenfinnan, ese que sale en las pelis de Harry Potter. Condujimos hasta allí y aparcamos gratis en el miniparquing de una iglesia (seis plazas contadas, ¡suerte total!), mientras el aparcamiento oficial, a 5 libras, estaba a reventar.

Caminamos hasta el viaducto… y la verdad es que… nos decepcionó un poquito. En las películas parece más espectacular. Aquí no había tren, no había música épica, y todo era más feo de lo que imaginábamos. Aun así, nos hicimos nuestras fotos y selfies. Los humanos entraron a la iglesia que estaba justo allí al lado (yo no, porque soy perro, aunque tenga modales de seminarista), y dijeron que era bonita por dentro, con vidrieras y todo.

Después, tocaba viaje largo. Más de 150 millas (unos 240 km) hasta Edimburgo. El trayecto fue largo, pero sin dramas, y llegamos justo antes de la puesta del sol. Aparcamos en el mismo sitio donde estuvimos antes de recoger a Tito Joan en el aeropuerto, justo al lado del Forth Bridge, ese puente de tren rojo, gigante, y lleno de historia.

Por si no lo sabíais: el Forth Bridge fue inaugurado en 1890 y es Patrimonio de la Humanidad. Tiene más de dos kilómetros y medio de largo y es tan fuerte que podrían pasar locomotoras bailando sardanas por encima sin que se tambalee. Desde aquí se ve bien, sobre todo ahora que no hay tanto tráfico ni chavales haciendo carreras con coches ruidosos. El ambiente esta vez es mucho más tranquilo.

Y aquí estamos, de nuevo junto al mar, listos para dormir. Un día de cataratas, emociones, puentes imposibles y decisiones importantes. Mañana se va Tito Joan, y yo… ya lo empiezo a echar de menos.

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