Día 44

South Queensferry - EDI 🛫 - Cramond

Despedidas y un "simpa" elegante y una isla con historia

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Nos levantamos tempranísimo, que es algo que detesto casi tanto como el pienso. Pero hoy tocaba, porque Tito Joan tenía su vuelo a Barcelona a las 10, y desde donde dormimos hasta el aeropuerto de Edimburgo no hay tanto, pero…

¡Pero había una feria montada cerca del aeropuerto!
Sí, sí, una de esas ferias grandes, con noria y todo. Se llama Royal Highland Show y es como una mezcla entre feria agrícola, mercadillo de baratijas y exhibición de tractores gordísimos. Total: atasco monumental y el trayecto de 15 minutos se convirtió en más de 40.

Para no repetir la tortura de pagar 14 libras por 8 minutos en el parking oficial, esta vez fuimos al Long Stay Parking, que tiene media hora gratis y, lo más importante: caben vehículos altos como nuestra cámper. Lo malo es que hay que caminar un buen trecho hasta la terminal, y encima todo mal indicado. Vamos, que íbamos más rápido con Google Maps que con las señales del aeropuerto. ¡Y ni un triste paso de cebra en condiciones!

Nos despedimos de Tito Joan en la terminal. Fue rápido, porque entre la tristeza y el estrés del atasco, tampoco estábamos para discursos largos. Yo intenté subirle el ánimo con un lametón, pero me salió más bien un suspiro. Sabíamos que tenía que ir, que la Tita Rosa está malita, pero nos dejó a todos un poco blanditos.

Después de dejarle, corrimos de vuelta al parking, porque el reloj ya marcaba el final de los 30 minutos gratis. Pero… ¡sorpresa! La máquina para validar el ticket estaba precintada con cinta negra, no había carteles explicando qué hacer, y nadie sabía nada. Resultado: ahora, al pasar la media hora, tendríamos que pagar 10 libras.

Pero, claro, Papi Edu no es de los que se rinden fácilmente. Así que con su mejor cara de “mejor pedir perdón que permiso”, encontró una ruta alternativa por la salida normal, esquivando la barrera y los obstáculos, y salimos rodando tranquilamente por el césped y la acera. ¡Y sin pagar! (Y sin atropellar a nadie, tranquilos.)

Después de esta maniobra, repostamos diésel en la gasolinera de Morrisons y buscamos un sitio tranquilo para pasar el día. El primero parecía bonito, junto a un bosque, pero estaba plagado de miches (esos vampiros minúsculos que te vuelven loco). Así que a otra cosa.

Gracias a Park4night, encontramos una especie de carretera larga junto al mar, con unas cuantas cámpers aparcadas. Está frente al estuario del río Forth, y justo delante queda la isla de Cramond. El tiempo era perfecto, así que nos tumbamos y sentamos al sol al lado de la camper, como lagartos felices.

Después de comer, fuimos de excursión a la isla de Cramond. Es un sitio mágico porque con marea baja se puede caminar sobre el mar. Bueno, sobre lo que ahora es una playa gigantesca llena de charcos. Yo me mojé las patas, claro, y Papi Edu se quitó los zapatos para cruzar por donde ya quedaba un poquito de agua o barro traicionero.

Subimos por los caminos de la isla, y allí había restos de un búnker de la Segunda Guerra Mundial, y lo más famoso: los “dientes del dragón”.
¿Y eso qué es? Pues una fila de bloques de hormigón puntiagudos, puestos en la costa para impedir que desembarcaran barcos enemigos. Parecen colmillos de una bestia gigante durmiendo entre algas.

Volvimos por el camino oficial que conecta la isla con tierra firme, y que, con marea alta, queda totalmente cubierto por agua. A un lado del camino quedan los dientes del dragón, que parecen vigilar a los que cruzan. Y luego caminamos por la zona de paseo, con gente con perros, bicis, niños corriendo y ancianas con paraguas cerrados usándolos de bastón. Muy pintoresco.

La tarde la pasamos tranquilos, al lado de la camper, aún tomando el sol, aunque ahora sin Tito Joan se notaba un vacío. Pero al menos estamos en un lugar bonito, en calma, y rodeados de mar y cielo. Y aquí nos quedamos a dormir.

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