Día 45

Cramond

Un día sin movernos, pero con baño, pelota e italianos

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Hoy nos levantamos tarde. Bueno, “nos”, porque yo estaba despierto desde las ocho, pero Papi Edu se hacía el remolón en la cama. La verdad es que se lo perdono, porque ha sido una semana muy intensa, y además… se nota que está un poco triste por lo de la Tita Rosa. Yo también echo de menos a Tito Joan. Ya no hay nadie que me dé pellizquitos en la oreja ni que me diga “eh, colega” cuando hago algo raro.

Así que no teníamos muchas ganas de movernos, y como el día es bueno, aunque algo más nublado que ayer, decidimos quedarnos aquí una noche más. Y es que este sitio tiene buen rollo. Hay un montón de cámpers y autocaravanas aparcadas a lo largo de la costa, gente con perritos, bicicletas, tumbonas, incluso una señora con un caballete pintando el mar (y, de paso, el pantalón blanco de su marido con una gota azul).

Después de comer, la marea estaba bajísima, y la playa apareció de la nada como por arte de magia. ¡A correr!
Fuimos a la playa con la pelota (¡mi querida pelota bicolor!) y jugamos un buen rato. Tanto corrí, tanto ladré, tanto salté que acabé metiéndome en el agua hasta el lomo.
¡Brrr! Fría estaba, pero refrescante.
Papi Edu decía:
— ¡Pero si tú odias mojarte!
Y yo pensaba:
— Hoy me da igual, ¡quiero pasármelo bien!

Después del baño express y un par de sacudidas estratégicas (una justo al lado de una señora con falda, que no me miró muy bien), caminamos por la playa hasta los dientes del dragón, otra vez.
Volvimos a la costa, no por el causeway sino al otro lado de los dientes, por la arena mojada y las piedras medio cubiertas de algas y caracolas. No subimos a la isla esta vez. No hacía falta. El paseo era perfecto así.

Luego caminamos por el paseo marítimo. Ahora sí que hacía calorcito, la gente en bañador, algunos en bikini, otros en camiseta interior de esas que enseñan la barriga sin querer. Y muchos niños con cubos, palas y castillos que no aguantan ni una ola.

De vuelta a la camper, teníamos vecinos nuevos: Giuseppe y su mujer, de Catania, en Sicilia.
Conducen una autocaravana blanca de esas gigantes, con un flequillo enorme.
Solo hablan italiano (y siciliano), pero eso no impidió que Papi Edu se echara unas risas con ellos, cada uno hablando en su propio idioma y con gestos, risas, palabras sueltas y muchas referencias a lugares.
Ellos vienen cada año a Escocia, les encanta. Dieron consejos para la isla de Skye, aunque yo estaba más pendiente de si me daban algo de su picnic (no me dieron nada, malditos).

Pasamos la tarde tranquilamente, al lado de la camper. Yo en la alfombra, al sol. Papi Edu en su silla, leyendo algo en el móvil y mirando el horizonte. A veces se reía con algo que leía. A veces suspiraba. A veces me acariciaba la cabeza y me decía:
— ¿Tú también lo echas de menos, verdad?

Y claro que sí. Pero hay días así, días en los que no hace falta hacer nada para que sean bonitos.

Cuando el sol empezó a esconderse detrás de las nubes, el fresquito llegó como un zorro sigiloso. Nos metimos dentro de la camper.
Como hoy es viernes, hay más coches dando vueltas que ayer, pero no es el caos que era en el otro sitio junto al Forth Bridge. Yo creo que vamos a dormir bien. Y mañana… ya veremos.

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