El viento por la mañana era tan fuerte que casi me despeina… ¡y eso que no tengo flequillo! Pero el sol brillaba y eso siempre es buena señal. Aprovechamos para jugar un ratito con la pelota en el paseo marítimo, en ese césped que parece un campo de fútbol profesional. Papi Edu corre menos que yo, pero pone voluntad.
Salimos sobre las doce, rumbo al norte. Cruzamos otra vez el estuario del Forth, esta vez por el Queensferry Crossing, un puente moderno y elegante, con tres pilones que parecen agujas de coser gigantes. Inaugurado en 2017, sustituyó al viejo Forth Road Bridge para el tráfico diario, y ahora es el puente principal para cruzar este trozo del país. Da gusto pasar por ahí, y las vistas son tan espectaculares que casi se me cae el hocico de la emoción (menos mal que va bien sujeto).
Después de una hora en coche, ya tocaba comer. Paramos en el aparcamiento de una pequeña reserva natural, muy tranquilo, muy verde y muy ideal... hasta que Papi Edu se dio cuenta de que había que pagar cuatro libras solo por aparcar. Y si querías pasar la noche, ¡diez! No es que no lo valga, pero no íbamos a quedarnos tanto. Así que, después de hacer una reparación exprés a la hebilla del techo de la célula, recogimos todo y nos fuimos.
Casi una hora más tarde, después de dejar atrás muchas curvas y ovejas, encontramos otro sitio mejor: el aparcamiento de una tienda de souvenirs llena de productos escoceses y autobuses con turistas. Allí comimos, Papi Edu echó un ojo dentro a los souvenirs y luego salimos disparados otra vez hacia el norte.
Pasamos bordeando el Parque Nacional de Cairngorms, el mayor de todo el Reino Unido. Allí hay montañas altas, bosques infinitos, ciervos, castores y hasta gatos salvajes escoceses (¡como yo pero sin correa!). Pero hoy no era día de exploraciones profundas, así que seguimos carretera adelante.
En Laggan intentamos parar para dormir, pero el sitio no tenía cobertura de móvil y eso, para Papi, es como dormir sin manta. Justo cuando dábamos la vuelta, vimos a un chaval haciendo autostop. Se iba a Fort William y como más o menos íbamos en esa dirección, lo subimos. Era simpático, hablaba mucho y parecía no tener ni frío ni calor ni preocupaciones. Le dejamos en la intersección de caminos y nosotros seguimos hacia el oeste.
Antes de llegar a nuestro siguiente objetivo, Loch Lochy (¡sí, se llama así, no es un error doble!), hicimos una parada en el monumento a los comandos escoceses. Es una escultura de tres soldados mirando hacia Ben Nevis, en honor a los entrenamientos que hacían aquí durante la Segunda Guerra Mundial. El sitio impone respeto. Y la vista, buf... aún más.
En Loch Lochy intentamos quedarnos a dormir, pero ¡otra vez sin cobertura! Parecía que nos perseguía un campo de fuerza anti-internet. Seguimos carretera adelante y... ¡zas! Atasco. Una obra bloqueaba la vía completamente, y nada de semáforos temporales, no: parada total. Ya había unos treinta coches en la cola y no se movía ni uno. Esperamos un buen rato, pero cuando vimos que ni las ovejas se movían, dimos media vuelta.
Luego queríamos probar un sitio en la reserva natural nacional de Glen Roy, famosa por sus líneas paralelas misteriosas en las laderas, causadas por antiguos lagos glaciares. La carretera era tan serpenteante que yo me sentía en una montaña rusa sin cinturón. Al final llegamos a un sitio precioso con vistas increíbles, pero ya lo adivináis... ¡cero cobertura! Ni una rayita. Otra vez tocó darse la vuelta.
Finalmente, encontramos un aparcamiento con vistas al Laggan Dam, una presa hidroeléctrica de los años 30 que forma un pequeño embalse muy fotogénico. Aquí, por lo menos, hay algo de señal, un par de vecinos discretos y un banco para sentarse a mirar el agua. Bueno, yo prefiero perseguir sombras, pero se entiende la idea.
Así que aquí nos quedamos, aparcados un poco cerca de la carretera, pero con vistas bonitas y espacio para estirar las patas. Vamos a cenar y a dormir. ¡Y que mañana no se nos cruce otra obra!
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