Pues resulta que me he quedado unos días sin mi Papi Edu. Ya sabéis, la cosa aquella triste de la Tita Rosa, que estaba muy malita, y Papi Edu tuvo que volar rápido a Barcelona para acompañar a Tito Joan. Y claro, no me iba a meter otra vez en un avión. ¡Dos veces lo hice de joven y me juré que no habría tercera! Que si bodega, que si jaula, que si turbulencias… mira, prefiero mil veces un baño frío lleno de midges a volver a pasar por eso.
Pero encontré un nuevo humano temporal: ¡Tito Fabi! Un chaval de Edimburgo, amigo de una amiga de una amiga de Tito Joan, que me acogió en su piso y me trató como un rey. Al principio, no os voy a engañar, estaba un poco tristón. Papi Edu no estaba, no conocía a nadie, y la ciudad me olía a mezcla de niebla, whisky y gaviotas sospechosas. Pero ya al segundo día empecé a animarme. Tito Fabi resultó ser de lo más majo, me hablaba con acento raro pero simpático, me ponía mi manta donde yo quería y me hacía mimitos sin pasarse de la raya. Así que empecé a verle como un nuevo Tito. Y le he bautizado oficialmente: Tito Fabi.
Lo que más le impresionó fue mi rutina de juguetes. Flipaba con cómo tengo uno para cada ocasión. El pato para la comida, la pelota para el campo, el peluche para la siesta... Me miraba como si yo fuera una especie de monje zen del juguete.
Un día quiso sacarme a pasear a las siete y media de la mañana. ¡Siete y media! Yo me levanté con una ceja levantada y cara de: “¿Me estás hablando a mí?” Salimos, sí, por cortesía, pero no hice ni pis ni popó. Di media vuelta y le conduje de nuevo al portal. A ver, que hay horarios para todo, y a esas horas, lo que toca es seguir durmiendo. Y eso es otra cosa que Fabi no se esperaba: duermo muchísimo. Dice que no había visto nunca un perro tan dormilón. Pues mira, chico, la belleza se mantiene con descanso.
En casa también vive Maggie, la novia de Fabi, que también me trató genial. Salimos a pasear juntos un montón de veces. Con ella descubrí una ruta muy chula por el Union Canal. Hay cisnes de verdad (que odio), pero también unas esculturas de cisnes gigantes que, por alguna razón, me parecieron menos amenazantes. Así que no ladré. Creo que Fabi se emocionó un poco con ese nivel de autocontrol.
Y también está la hija de Maggie, una chica muy simpática que me dejó subirme a su cama durante el día. Yo ahí, todo a gusto, repantingado al sol, mientras ella leía. Y en una de esas, con la tripa relajada... ¡se me escapó un pedete! Cortito, pero con carácter. Ella puso cara de “¡pero qué has hecho!” y yo fingí ser una escultura egipcia. ¡Si no me delata el olor, cuela!
En resumen: paseos tranquilos, siestas largas, cariño del bueno, juguetes respetados, cero estrés. Ni siquiera eché de menos el coche, porque aquí me trataban como un lord escocés.
Solo una cosa me falta: Papi Edu. Y hoy, por fin, viene a por mí. Tengo ganas de contarle todo. Bueno… todo menos lo del pedete. Eso queda entre vosotros, yo y el edredón.
Añadir nuevo comentario