Día 60: Pitlochry

Sol, puente colgante y baño temerario

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La gripe sigue agarrada a papi Edu como una garrapata testaruda. La noche fue un desastre: tos, fiebre, vueltas y más vueltas. Así que yo, como perro solidario que soy, tampoco pegué ojo. Y eso que el sitio donde dormimos es de los buenos, de esos que no tienen farolas, ni ruido, ni borrachos cantando “Wonderwall”.

Aun así, por la mañana nos despertó un cielo azul espectacular y un solecito que casi daba ganas de saltar fuera de la camper. Casi. Porque, con el cuerpo hecho trizas, lo que nos pedía el cuerpo era quedarnos tirados como lagartos. Y eso hicimos. Gran parte del día la pasamos no solo dentro de la camper, sino también en nuestro “jardín privado”: un trocito de césped justo detrás del coche. Yo estirado en el césped, papi Edu en su silla, y el catarro ocupando más espacio que nosotros dos juntos.

Después de comer, cuando el sol ya estaba bajando, decidimos dar un paseo.

Y fue una buena decisión, porque encontramos una joyita: el Coronation Bridge, un puente colgante que cruza el río Tummel con bastante elegancia. No es uno de esos que te hacen dudar de tu existencia con cada paso: tiene un suelo de acero bien sólido que se pisa sin miedo, y aunque el resto de la estructura sea de cables, no se mueve casi nada. Fue inaugurado en 1911 para celebrar la coronación del rey Jorge V y, aunque no sea muy largo ni muy alto, tiene su punto pintoresco. A mí me gustó más una vez al otro lado, pero lo crucé sin rechistar. Bueno, casi.

Al otro lado seguimos el sendero río abajo, en dirección este, y llegamos justo enfrente del punto donde habíamos visto la cascada ayer. Y allí, entre dos cascadas, ¡bingo! Había un sitio perfecto para bañarse. En la otra orilla habia más humanos bañándose. Así, como si nada. Como si el agua no viniera directa de las Highlands.

Papi Edu llevaba su toalla y su bañador en la mochila, por si acaso. Y resulta que “por si acaso” se convirtió en “pues venga, me meto”. Se cambió allí mismo, bajó con cuidado por las piedras y se zambulló. La reacción fue una mezcla entre un grito, una carcajada y un quejido existencial. La verdad: se metió, sí, pero nadar, lo que se dice nadar… lo justo para poder decir que lo había hecho. Con la gripe que lleva encima, más que refrescante fue temerario.

Después del baño exprés y secarse al sol, volvimos por el mismo camino. Al llegar al aparcamiento, vimos que algunos campers se habían ido, pero como si se hubieran reproducido por esporas, habían llegado otros nuevos. Nosotros nos replegamos a nuestra base, abrimos un poco las ventanas y pasamos lo que quedaba de tarde entre siestas, latidos tranquilos y esperanzas de que, por fin, la gripe decida hacernos el favor de desaparecer.

Mañana será otro día. A ver si ya sin fiebre, y con ganas de cruzar más puentes, pero sin toser en cada tablón.

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