La mañana empezó con calma. Muy calma. Demasiado calma para mi gusto, pero ideal para las patas cansadas. Seguíamos aparcados junto al monumento al submarino ruso, con el mar del canal del Norte como único entretenimiento visual.
Papi Edu aprovechó para charlar con unos holandeses que se detuvieron a hincar el diente a sus bocatas. Hablaron de cámpers, de rutas y de no sé qué otras cosas que los humanos encuentran fascinantes y yo no. Yo a lo mío: siesta perruna al sol, entre las ruedas de la cámper.
A eso de las dos arrancamos hacia Cairnryan. En menos de media hora ya estábamos en el puerto. Y sorprendentemente, todo fue como la seda. La facturación fue tan fácil que casi nos dio desconfianza. Nadie pidió ver mi pasaporte, ni mi firma, ni una selfie. ¡Ni siquiera me olieron! ¿Para qué me metí esa pastilla antiparásitos, entonces?
Esperamos un ratito hasta que nos dejaron subir al ferry. Nos tocó en primera fila, justo en la proa, en la zona al aire libre. Yo me quedé dentro de la cámper mientras papi Edu subía a explorar el barco. No tengo pruebas, pero tengo sospechas: seguro que se paseó por cubierta con cara de capitán, se comió sus bocatas mirando al horizonte y se aburrió fingiendo que le gusta la navegación.
La travesía duró algo más de dos horas. El mar estaba tranquilo, el cielo también, y nadie vomitó. Un éxito rotundo.
Como salimos los primeros, en cuanto el barco tocó tierra irlandesa, ¡zaca! Ya estábamos rodando por las calles de Belfast. La atravesamos sin detenernos. No es que sea fea, pero digamos que... no nos guiñó el ojo.
Nuestro destino era el Lagan Valley Area of Outstanding Natural Beauty. Un nombre larguísimo que básicamente quiere decir “bosque bonito junto a un río”. Es una zona protegida al suroeste de Belfast, con caminos verdes, senderos para pasear, ardillas indiscretas y ese aire de domingo eterno que tienen algunos parques.
Paramos en un primer aparcamiento, dimos un paseíto decente por la orilla del río Lagan —nada del otro mundo, pero bonito— y luego, como nos gusta jugar a la mejora continua, nos mudamos a otro parking un poco más al interior. Cinco minutillos de coche y llegamos a un sitio más amplio, más tranquilo y con más colegas sobre ruedas: una decena de cámpers y autocaravanas ya se habían instalado allí. El ambiente es relajado, como de camping sin normas ni recepciones.
Y aquí nos quedamos a dormir, entre árboles, silencio y un aire que huele a Irlanda recién estrenada. Nada mal para nuestro primer día en la isla esmeralda.
Añadir nuevo comentario