El día empezó con un golpe de suerte. Aparece un ranger en el aparcamiento, y yo ya pensaba: “Ay, que nos echan…” pero no, todo lo contrario. El hombre sonriente nos dice que podemos quedarnos todo el tiempo que queramos y, por si fuera poco, nos chiva la ubicación de un grifo de agua para rellenar el depósito. ¡Un ranger que en vez de echarte, te invita a quedarte! Así da gusto.
Desayunamos, recogimos la camper y, sobre las 11, arrancamos hacia Belfast. En 20 minutos estábamos en el centro. Como era domingo, algunos aparcamientos eran gratis… pero no el primero donde probamos. Al segundo intento, bingo: un huequecito justo para nosotros.
Belfast es… digamos, especial. No tiene la elegancia de Dublín ni la postal perfecta de un pueblecito irlandés, pero tiene carácter. Es algo decadente, un poco áspera, pero llena de historias que se te pegan a la piel.
Nuestra ruta empezó en el Cathedral Quarter, el barrio más animado de Belfast. Calles adoquinadas, callejones estrechos llenos de bares decorados con guirnaldas de luces, murales de colores y ese bullicio que mezcla locales con turistas cámara en mano. Mereció la pena callejear sin rumbo, porque en cada esquina aparecía algo curioso: un pub histórico, una terraza abarrotada, un grafiti escondido. Entramos también en la catedral, imponente por fuera y acogedora por dentro. Y, antes de cruzar el puente sobre el río Lagan, nos topamos con “The Big Fish”, un enorme pez de cerámica azul cuyas escamas cuentan la historia de la ciudad.
Después sí, cruzamos el puente y pusimos rumbo al Titanic Quarter, al otro lado del río. Pero antes de hundirnos en la historia, papi Edu y tito Joan se hundieron en unos bocadillos gigantes de Subway. En la terraza, yo hice mi mejor cara de perro hambriento y conseguí un par de trocitos de pollo. Mis dotes actorales nunca fallan.
El Titanic Quarter es como un museo al aire libre. No podíamos entrar al museo por mi culpa (bueno, por mi encanto canino), pero vimos el SS Nomadic, el único barco auxiliar del Titanic que sigue a flote. Allí mismo, en el suelo del antiguo astillero, han dibujado la planta del Titanic a tamaño real. Es impresionante pensar que ese gigante, con sus ocho botes salvavidas pequeños y todo, acabó en el fondo del Atlántico en su viaje inaugural.
Después de empaparnos de historia naval, tocaba un cambio de escena: Falls Road. Aparcamos en la calle principal y empezamos a caminar entre murales políticos que parecen gritarte al oído. Belfast no esconde su pasado: aquí se vivieron los Troubles, un conflicto entre unionistas (querían seguir en Reino Unido) y nacionalistas (querían unirse a Irlanda). La tensión está pintada en las paredes, y no solo sobre Irlanda: muchos murales muestran solidaridad con Palestina. Colores, mensajes y rostros que cuentan historias que ningún libro transmite igual.
Con la cabeza llena de imágenes y reflexiones, hicimos una parada estratégica en Lidl para reponer provisiones y luego nos lanzamos hacia el norte. Encontramos un parque precioso con dos aparcamientos. Oficialmente, cierra a las once… pero a los campers nos dejan quedarnos. En nuestra zona hay tres o cuatro más como nosotros. Perfecto para pasar la noche tranquilos, rodeados de verde y con las historias de Belfast todavía frescas en la memoria.
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