La noche fue tranquila, aunque algún tipo raro decidió pasar justo al lado de nuestra camper. Yo, claro, me hice el valiente… pero por dentro pensaba: “¿Quién eres tú y por qué no hueles a comida?” Salimos sobre las once y media, con el desayuno todavía en la cabeza, no en la tripa. Veinte minutos de coche y llegamos a Buckroney Dunes. ¡Dunas, arena y libertad! Corrí, olfateé y casi me confundo con una gaviota… bueno, casi.
Paseamos hasta la playa y disfrutamos del buen tiempo, que para mí es señal de carreras locas y saltos imposibles. Después de más de una hora de coche llegamos a Courtown, y ¡sorpresa! La lluvia estaba ahí para recordarnos que no todo es diversión. Paseos cero, miradas melancólicas por la ventana de la camper y alguna que otra queja mía: “¡Papi, esto no es un parque de diversiones, eh!”
Otra horita de carretera y aterrizamos en Wexford, aparcamos en Min Ryan Park. La barra de entrada era de dos metros y diez, pero milagrosamente estaba abierta. ¡Victoria perruna! Comimos y descansamos, mientras la lluvia seguía haciendo ruido en el techo. El viento soplaba como si quisiera jugar al tira y afloja conmigo, así que decidimos que no era el sitio para pasar la noche.
Casi a las siete arrancamos otra vez y, después de casi una hora de conducir con las orejas al viento, encontramos un sitio perfecto cerca de Tintern Abbey. La lluvia sigue, ya se está haciendo de noche, y no hay nadie más. Silencio, tranquilidad y yo vigilando cada sombra, por si acaso. Aquí dormiremos bien… y mañana quién sabe, quizás más dunas, más barro y, seguro, más aventuras que contaros.
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