Ardales - El Chorro

¡Vaya día de esos que no se olvidan! Después de mi desayuno, salimos del pueblo y, justo cuando nos metimos en el campo, ¡unas cabras de una granja nos aplaudieron! ¡Sí, como si estuviéramos en una maratón, deseándonos un buen camino! Subimos por una carretera de tierra rodeada de pinares, y de repente, ¡aparecieron dos perros grandes de una casa! Querían ser mis nuevos colegas. La pequeña era una adolescente y el grande aún era un cachorro. Como las beagles de ayer, caminaron con nosotros un buen rato, ¡y yo encantado de tener nuevos amigos peludos!

En el camino, nos encontramos con unas ruinas guapísimas, las ruinas de Bobastro, y pensamos que un poco de cultura nunca viene mal, así que fuimos a verlas. Los otros perros también se apuntaron, claro. Una guía nos contó que allí había una iglesia mozárabe y hasta una ciudad entera. Aunque la iglesia ya no tiene mucho que enseñar, tiene más de mil años, ¡y parece tallada en la roca! Después de la visita, mis nuevos amigos se quedaron con los guías y nosotros seguimos nuestro camino. ¡A subir, a subir! Casi en la cima, paramos a comer y descansar, que ya se notaba el cansancio.

La bajada… ¡madre mía! ¡Qué caminos más raros! Más que sendero, parecía el cauce de un arroyo, y nos llevó un buen rato llegar a El Chorro. Bueno, más que pueblo, es una aldea con un hotel al que, como podéis imaginar, no puedo entrar. Así que seguimos caminando, un par de kilómetros más, otra vez subiendo, hasta llegar al camping donde estamos ahora. Está muy guay, aunque dormir bajo este olivo no es lo mismo que el anterior. Aquí hay mucha gente, pero todos hablan inglés. Papi dice que son los que les gusta treparse a los roques. ¡Que hagan lo que quieran! Yo prefiero quedarme aquí, con mis cuatro patitas, disfrutando de la tierra.