¡Pues vaya, os cuento cómo empezó y cómo acabó el día! Al principio, todo era perfecto, pero como siempre, las cosas no son tan fáciles, ¿verdad? No fue nada grave, pero ya veréis, os lo cuento todo.

Dormimos bastante bien en el camping, aunque, os advierto, no fue una noche tan tranquila como parece. Tuvimos una visita nocturna... ¡un jabalí! No lo vi, pero escuchaba esos ruidos de “oink oink” moviéndose por el camping, como si estuviera buscando algo. Lo bueno es que no se acercó a robar nuestra comida, ¡todo un caballero! Pero bueno, a la mañana siguiente, me desperté y, al salir de la tienda, vi a un pastor con su manada de cabras dando un paseo por el camping. ¡Un planazo! ¿No?

Tras un buen desayuno en el comedor del camping, comenzamos a caminar. Hacía una ruta tan bonita que no podía dejar de mirar a todos lados: bosques, campos, ¡y unas vistas impresionantes! No tardamos mucho en llegar al pueblo de Valle de Abdalajís. Como os imaginaréis, el pueblo está en un valle (y se llama así, claro) y la gente habla español, aunque el nombre me suena más a algo árabe. Pero bueno, ¡son cosas mías!

En el pueblo paramos a comer y aunque, según los planes, ya habíamos llegado al final de la etapa, seguimos andando. ¿Por qué? Pues porque en los hoteles no me dejan entrar, ¡y no tenía ni ganas de parar! Además, era muy temprano y el sol todavía no se ponía. Así que seguimos caminando, disfrutando del paisaje. Y claro, no podía faltar una buena siesta en un lugar con vistas, pero yo, como siempre, ¡me sentía atacado por las moscas! Ni tapado con mi mantita podía dormir tranquilo, ¡estaban por todas partes!

Después de más caminatas, con el sol ya bajando, encontramos el lugar perfecto para dormir. Al lado de un arroyo seco, con todo muy tranquilo. Pero… ¡aquí viene lo bueno! Mientras cruzábamos el arroyo, papi perdió el móvil. Sí, el móvil. Se le cayó del bolsillo y ni con mi súper olfato (que, por cierto, está más entrenado en encontrar comida y pelotas que móviles) pudimos localizarlo. Buscamos un buen rato, entre piedras y hierba, pero nada.

Con el móvil ya dado por perdido (y mi GPS, ¡ay!), papi montó la tienda, que, por cierto, le costó un buen rato porque el viento se encargaba de hacer todo más complicado. Pero al final, nos metimos dentro, ¡y estaba muy a gusto! Dormí como un bebé hasta que, a las once y pico, escuchamos un “pin pin” del móvil. Papi, en calzoncillos y chanclas, salió de la tienda y se metió en el arroyo para buscarlo siguiendo el sonido. Pero, claro, ¿qué iba a hacer? ¡Nada! Así que, al final, ¿qué hicimos? ¡A dormir!