Día 149

Köpmanholden - Sörberge

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Salimos a las once de la mañana, después de una noche tranquila en nuestro escondite junto al lago. Yo había dormido como un tronco (literalmente: me tumbé junto a uno), y papi se tomó su café mirando el agua como si esperara que le respondiera.

Pusimos rumbo sur y, tras unos 75 kilómetros de coche, paramos cerca de una cosa enorme llamada Högakustenbron. A ver, si no lo habéis oído nunca: es un puente colgante que parece sacado de un catálogo de gigantes. Une las dos orillas del río Ångermanälven y es tan largo que da tiempo a que papi escuche media lista de reproducción de los años 80 mientras lo cruzamos. Mide más de 1.800 metros y es el símbolo de esta zona: la Alta Costa o Höga Kusten. Y con razón, porque vaya vistas.

Aparcamos en un sitio con mirador y un pequeño sendero que hicimos con calma. Es de esos paseos que no cansan pero dan para olisquear un montón. Yo estuve pendiente de cada rama, cada pis, cada marquita de otros colegas caninos. Papi, como siempre, sacó veinte fotos casi idénticas del puente desde ángulos distintos. Dicen que la obsesión humana por capturar todo es genética. Yo creo que es por falta de olfato.

Después del paseo, volvimos al coche y seguimos ruta. Unos 55 kilómetros más, sin grandes emociones, pero con buenas vistas. A las dos ya estábamos en nuestro destino de hoy: un aparcamiento al lado de un área natural preciosa. Hay otro parking más cerca de la carretera, pero ese está lleno de ruidos, coches, gente y probablemente niños con galletas (peligrosamente tentador). Nosotros, en cambio, encontramos uno de grava, grande, casi vacío, rodeado de bosque y paz. Nivel spa sin masajes.

Comimos en la cámper. Bueno, yo comí después de mi ritual con el pato (hoy sonó con un poco de eco) y papi devoró algo que olía a atún pero no lo era. Luego, paseo. Hay varios senderos, pero el más curioso es el que lleva a un puente tibetano. Todo muy bonito, muy aventurero, muy “Indiana Jones en Suecia”… pero con un suelo de reja metálica.

Pero tranquilos, que papi Edu ya conoce el tema: este tipo de suelo traicionero no es para mis patas. Así que, como ya es costumbre en nuestra expedición, me cogió en brazos y cruzamos sin problema. Yo iba en modo rey vikingo en procesión, observando todo desde lo alto mientras él avanzaba con paso firme y cara de “esto ya lo he hecho mil veces”.

El resto del camino fue más sencillo. Hay agua, hay árboles, hay sombra. Hay hasta bancos de madera para los humanos flojos. Yo encontré un rincón donde me tumbé con cara de estatua y vi pasar a dos mariposas y un escarabajo muy decidido. Me parece bien todo lo que sea sin ruidos.

Aquí pasaremos la noche. Si no aparece nadie ruidoso, esto promete ser uno de esos sitios que dan envidia. Y si aparece alguien, siempre puedo practicar mis ladridos teatrales. Estoy en forma.

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