Hoy nos lo tomamos con calma. Nada de madrugar como si fuéramos banqueros suecos. Empezamos el día con otro buen paseo y, atención: ¡papi Edu se metió en el mar! A pelo. Sin traje ni nada. Yo ni loco. El agua estaba fría como una nevera sin puerta. Yo me limité a mirar desde la orilla, con la típica cara de "¿pero por qué?". Los humanos y sus extraños rituales.
Casi a la una nos pusimos por fin en marcha, pero antes... parada estratégica en el Lidl. Que una cámper sin pan y yogur es como un parque sin ardillas: pierde la gracia.
A solo 20 minutos llegamos a Sundsvall, una ciudad que rompe con todo lo que habíamos visto en Suecia hasta ahora. Nada de casitas de madera rojas, aquí todo es más moderno, con edificios de piedra, calles bien organizadas, esculturas raras y hasta una fuente que parece sacada de una peli de ciencia ficción. Paseamos por el centro como unos auténticos turistas con perro (yo, el perro; papi, el turista). Muy agradable, la verdad, aunque yo habría añadido un par de árboles más para marcar territorio con estilo.
Cuando llegó la hora de comer… ¡no comimos! En vez de eso, seguimos en coche más de 60 kilómetros. Empezaba a sospechar que me habían cambiado la comida por una experiencia espiritual. Por suerte, papi se apiadó de mí y paramos a comer en un aparcamiento al lado de la carretera, con sombra, vistas aceptables y unos mosquitos que querían formar un sindicato.
Media hora más de coche y... ¡tachán! Llegamos a nuestro nuevo sitio para dormir, cerca de Hudiksvall. Este sitio no está en ninguna aplicación, ni en park4night ni en sniff4snack, pero es un verdadero tesoro oculto: un descampado entre un bosque y un campo de cultivo, naturaleza pura y dura. Bueno… más o menos pura.
Porque el sitio estaba lleno de grandes plásticos blancos, de esos que usan para envolver balas de paja. Parecía que habían explotado vacas de espuma por todo el campo. Pero papi Edu, con su vena ecológica, recogió todo el plástico y llenó varios sacos. Yo le ayudé supervisando y ladrando a cada bolsa sospechosa.
Después de la limpieza, el lugar quedó perfecto. Tranquilo, silencioso, rodeado de árboles y campo. Solo el canto de los pájaros, el crujido de las ramas y mi tripa pidiendo la cena. Esto sí que es dormir en la naturaleza.
Mañana… a saber dónde acabamos. Pero seguro que hay algo para correr, oler y, si tengo suerte, comer.
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